En el capítulo 7 del evangelio según Mateo, el Señor explica cómo reconocer si una obra es de la carne o si proviene del Espíritu:
No puede el buen árbol dar malos frutos
(v. 16-20; Juan 3:6).
Los de los versículos 19 a 21 del presente capítulo solo pueden proceder del árbol malo: la carne. Y ella está en cada uno de nosotros con las mismas temibles posibilidades. Pero, si somos “de Cristo” (v. 24), en nosotros mora otro poder activo: el Espíritu Santo. Este nos hace vivir y andar (v. 16, 25); se opone a la carne y nos conduce (v. 17-18); hace madurar su propio fruto, el cual es imposible que sea confundido con otro; precioso racimo cuyos nueve exquisitos “granos” enumera el versículo 22: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Pero un árbol puede permanecer estéril si toda su fuerza se malgasta en inútiles retoños que brotan de su pie. ¿Qué hace entonces el hortelano? Corta esos retoños para que la savia circule de nuevo en abundancia por las ramas injertadas. Ese es el alcance del versículo 24. “Los que son de Cristo” han crucificado la carne en el momento de su conversión. Por la fe han sometido a sentencia de muerte toda su naturaleza (el árbol silvestre ha sido cortado para ser injertado). De ahí en adelante tienen que juzgar las manifestaciones de su vieja naturaleza: pasiones y codicias. “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (v. 25).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"