El hombre siempre ha considerado la libertad como el más valioso de los bienes. Pero, ¿dónde puede gozar de ella verdaderamente? Como un pobre esclavo de sus pasiones, nace y muere con cadenas remachadas a su corazón. Solo Jesús puede liberarlo (v. 1; Juan 8:36). Entonces surge otra pregunta: ¿Qué uso hará de su libertad el redimido del Señor? ¿Volverá a ponerse deliberadamente bajo el riguroso yugo de la ley? Sería una actitud tan absurda como la de un presidiario que expresara el deseo de volver a la cárcel. Entonces, ¿usará su libertad “como ocasión para la carne”? (v. 13). Sería hacer el camino inverso al de los tesalonicenses, dejar de estar al servicio de Dios para volver a someterse a la tiranía de los ídolos de este mundo (véase 4:8-9; Lucas 11:24-26; 1 Tesalonicenses 1:9). No, esa libertad tan costosamente pagada por su Salvador en la cruz, el creyente debe usarla para servir a su prójimo. De ese modo, finalmente cumplirá la ley, ya que ésta se resume en una palabra (v. 14): amor.
El que ama al prójimo, ha cumplido la ley
(Romanos 13:8-9).
Cumple así también con el mandamiento del Señor Jesús, cuyo último y más precioso anhelo fue que nos amáramos los unos a los otros como él nos amó (Juan 13:34; 15:12, 17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"