¡Qué dicha para nosotros poder depositar toda nuestra confianza en la Palabra de Dios! Si el Evangelio anunciado por Pablo hubiera sido “según hombre”, entonces los gálatas habrían tenido motivo para aceptar complementos o modificaciones. Pero no había nada de eso. Y para atestiguar bien la fuente divina de su ministerio, el apóstol cuenta la extraordinaria manera en que le había sido confiado. Dios lo había apartado (v. 15), Dios había revelado a su Hijo en él, Dios incluso le había formado en Su escuela, sin maestros humanos, en el desierto de Arabia. Además, Cristo lo había llamado directamente desde el cielo (Hechos 9).
Por su conducta anterior a su viaje a Damasco, el apóstol Pablo nos enseña que se puede ser completamente enemigo de Dios pese a ser absolutamente sincero (Juan 16:2). Pero, ¡cuánto quería ahora esa Iglesia de Dios a la que, en otro tiempo, “perseguía sobremanera”! ¡Imitemos esa consagración al Señor y a los suyos, ese celo para predicar la fe! (v. 23). Pero notemos que antes de pedirnos que hablemos a otros de su Hijo, Dios se agrada en “revelarlo” en nosotros (v. 16), y quiere producir en nuestro corazón el incomparable conocimiento de Cristo para que nuestro testimonio emane de él (2 Corintios 4:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"