El apóstol Pablo no había ido a los corintios “con vara” (1 Corintios 4:21) para reprimir el mal personalmente. Había preferido escribirles y aguardar el efecto que su carta produjera. Pero algunos habían aprovechado la paciencia del apóstol y su ausencia para menospreciar su ministerio. La humildad, la mansedumbre y la ternura cristianas que Pablo manifestaba (v. 1) eran pretextos para despreciarle. El hombre natural solo admira lo que tiene brillo; juzga “según la apariencia” (v. 7). Pero las armas de un soldado de Jesucristo no son carnales (v. 4). El capítulo 6 de la carta a los Efesios las enumera. Recordemos cómo Gedeón, Sansón, Jonatán, David, Ezequías –por citar algunos– obtuvieron sus más grandes victorias. Y no nos dejemos seducir por cualidades humanas tales como la elocuencia o el encanto personal. Sigamos la Palabra de Dios y no al que la presenta, por más don que tenga y aun cuando hayamos sido bendecidos por medio de él.
Los hombres se comparan consigo mismos y se enorgullecen; actitud nada juiciosa (v. 12). Nosotros, creyentes, tenemos un modelo perfecto para el andar y el servicio: ¡Jesús! El contemplarlo nos guardará siempre en la humildad.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"