Los hombres juzgaban la doctrina predicada por Pablo según el andar de los corintios. Eran su viviente carta “de recomendación” o, más bien, la de Cristo, cuyo nombre había sido escrito en sus corazones. Todos los creyentes son cartas de Cristo dirigidas por Dios a los que no leen la Biblia para que tengan a la vista un Evangelio vivido. ¡Ay!, pero esas cartas a menudo están manchadas o son indescifrables, en lugar de ser conocidas y leídas por todos (v. 2). Cuidémonos, pues, para que no haya sobre nuestros rostros un velo que impida nuestro resplandor cristiano: el velo de las preocupaciones, del egoísmo o del carácter mundano… Pero, ante todo, que no haya sobre nuestros corazones ningún velo (por ejemplo, una mala conciencia: v. 15) que intercepte los rayos que debemos recibir de Cristo, quien es amor y luz. Si un arbolito es colocado bajo un toldo, se marchitará. En cambio, si se lo expone a menudo al sol y a la lluvia, crecerá para llevar los frutos que se esperan de él. Lo mismo ocurre con nuestras almas. Si las mantenemos en la presencia de Cristo, por ese mismo hecho se opera en ellas una transformación gradual (pero inconsciente), de progreso en progreso, a semejanza de las perfecciones morales de Aquel que contemplamos en su Palabra (v. 18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"