Toma una vasija y pon en ella un gomer de maná…
(v. 33)
Era la parte de Dios. «El maná escondido, Cristo descendido del cielo como hombre, después resucitado y vuelto a subir al cielo con su glorioso cuerpo, formaba parte de las delicias de Dios» (H. R.), delicias que Él comparte con los vencedores (Apocalipsis 2:17).
Después del hambre, la sed da ocasión para que ese pueblo vuelva a murmurar. Pero nuevamente la gracia de Dios se vale de esa necesidad para revelarnos un misterio precioso, cuya explicación se encuentra en 1 Corintios 10:4:
Todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.
(1 Corintios 10:4; comp. Juan 7:37-39)
Pero, para dar su agua (la vida que otorga el Espíritu), hacía falta que la roca fuese herida, como Cristo lo fue en la cruz por la mano de Dios mismo. No obstante, observemos bien que es el pecado del pueblo, sus murmuraciones, sus rebeliones, los que dan ocasión para herir la roca. “Por la rebelión de mi pueblo fue herido”, dice el profeta (Isaías 53:8). Así como el maná es la imagen de un Cristo venido del cielo, la roca herida nos habla de un Cristo crucificado y el agua viva representa al Espíritu Santo, poder de vida que el Salvador muerto y resucitado da a todos aquellos que creen en Él.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"