El apóstol Pablo había atrasado su viaje a Corinto para que su primera carta tuviera tiempo de surtir efecto. Gracias a Dios, el trabajo de conciencia se había producido tanto en la iglesia como en el hombre que había sido excluido. Pero ahora los corintios corrían otro peligro, a saber: olvidarse de la gracia para con el pecador arrepentido. Habían pasado de una reprobable indulgencia a una severidad sin amor. Satanás siempre está dispuesto a hacernos caer de un extremo al otro. Sus medios varían, pero sus designios no cambian: busca aniquilar el testimonio dado a Cristo y retener a los hombres bajo su dominio. Hasta se sirve de las bromas referentes a él –tan corrientes en el mundo– para hacer olvidar sus temibles designios. Cuidémonos, pues, de toda ligereza respecto al diablo y su poder.
En medio de su inquietud por los corintios, el apóstol había dejado un hermoso campo de trabajo para ir al encuentro de Tito, quien le traía noticias de ellos. Pero Pablo fue consolado al pensar que, por donde iba, él difundía “el grato olor de Cristo” (v. 15). ¿Es perceptible este mismo perfume para todos los que nos conocen? Y ante todo, ¿lo es para Dios?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"