El apóstol Pablo se hacía el siervo de todos a fin de ganar el mayor número de almas para Cristo. ¿Debe entenderse, pues, que estaba dispuesto a aceptar todos los términos medios? ¡En absoluto! Si algunos consideraban a Pablo como engañador, a los ojos de Dios era veraz (2 Corintios 6:8). Pero, como Jesús mismo lo hizo con la samaritana junto al pozo de Sicar, Pablo sabía encontrar a cada alma sobre su propio terreno y hablarle el lenguaje que ésta podía entender. A los judíos les presentaba al Dios de Israel, la remisión de pecados y la responsabilidad que tenían por haber rechazado al Salvador, Hijo de David (Hechos 13:14-43). A los gentiles idólatras les anunciaba al Dios único, paciente para con su criatura y que manda a todos los hombres que se arrepientan (véase Hechos 17:22-31). El apóstol siempre tenía ante los ojos el premio de sus esfuerzos: todas las almas salvadas por su ministerio (véase 1 Tesalonicenses 2:19; Filipenses 4:1). Esforzándose para alcanzar la meta, corría como el atleta en el estadio, disciplinando su cuerpo estrictamente y pensando solo en la victoria. El campeón deportivo tiene ante sí una victoria efímera, laureles que se marchitan (v. 25), mientras que nuestra carrera cristiana tiene como premio una corona mucho más gloriosa, inmarchitable. Corramos de manera que la obtengamos (v. 24).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"