Estar sin congoja o sin inquietud en cuanto a las cosas de la tierra, tener el corazón exclusivamente ocupado en los intereses del Señor buscando cómo agradarle, dedicarse a su servicio sin distracción, sí, ahí está la ventaja del siervo de Dios que no está casado en comparación con el que lo está. Pero, al igual que Pablo, hay que haber recibido eso como una gracia.
En el capítulo 8 el apóstol Pablo se ocupa de las viandas (carne) que a menudo eran ofrecidas sobre los altares paganos antes de ser vendidas en el mercado. Esto era un problema de conciencia para varias personas (comp. Romanos 14). En nuestros países, esta cuestión ha dejado de tener vigencia, pero las correspondientes exhortaciones tienen su aplicación en todos los casos en que corremos el riesgo de “ser tropezadero” (v. 9) para otro creyente: un hermano para quien Cristo murió.
¡Cuántas cosas conocían los corintios! “¿No sabéis…?”, les repite continuamente el apóstol (cap. 6:2, 3, 9, 15, 19…). Pero, ¿de qué les servían estos conocimientos? Solo para envanecerse. Nosotros corremos el mismo peligro, pues a menudo conocemos las verdades más con la inteligencia que con el corazón. Para que uno sepa “cómo debe saberlo”, es menester que ame a Dios (v. 3). Y amarle es poner en práctica lo que tenemos el privilegio de conocer tocante a él (Juan 14:21-23).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"