David quiso hacer algo para Jehová. Pero la respuesta divina fue: «Yo hice todo para ti». Tal es la lección que cada uno debemos aprender. Dios mismo se preocupó por nuestra salvación, por nuestro reposo y por todo lo que concierne a nuestro porvenir (v. 9). ¡Maravillosos consejos en los cuales no intervenimos para nada! “¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33). Por cierto, no es así “como procede el hombre” (v. 19).
Entonces, ¿qué debe hacer David? Sencillamente agradecer a Dios. En la presencia divina, el rey entra, se sienta y adora; asimismo el creyente puede hacerlo hoy en día en la reunión de los redimidos alrededor del Señor, con la tranquila seguridad de que debe estar allí y gozar de ese reposo divino. “¿Quién soy yo, y qué es mi casa?” Ni David, sencillo pastor (v. 8), ni Israel, sacado de Egipto (v. 6), tienen mérito personal alguno, ningún título para ocupar semejante posición. Solo la gracia los ha “traído hasta aquí” (v. 18). Y la oración del rey, expresión de entera comunión, se resume así:
Haz conforme a lo que has dicho. Que sea engrandecido tu nombre”
(v. 25-26).
Con gusto, en ese momento se colocaría también el Salmo 23 en su boca, en particular los versículos 5 y 6.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"