Durante estos acontecimientos (cap. 2:12 a 4:12), David espera en Hebrón, con paciencia, a que Jehová mismo le establezca como rey sobre todo Israel.
Asimismo Jesús, ahora en el cielo, aguarda que Dios le dé su reino universal.
Para Israel, el comienzo del capítulo 5 corresponde a una gran fecha en su historia. Se trata del traslado del trono de David a Jerusalén, esa ciudad que, de ahí en adelante, ocupará un lugar muy importante en la historia del pueblo y en los consejos de Dios. Pero en el interior de la ciudad, en el monte de Sion, subsistía una fortaleza casi inexpugnable, en la que los jebuseos se habían mantenido desde el tiempo de Josué. Pese a la jactancia de estos, David se apodera de ella. No obstante, aquí olvida la gracia que le caracterizó tan a menudo y expresa su odio hacia los lisiados, cerrándoles el acceso a la casa de Dios. Qué diferencia con el Señor Jesús, quien recibía en el templo precisamente a los ciegos y cojos para sanarlos (Mateo 21:14), y también con el hombre que “hizo una gran cena” (Dios mismo) y, para llenar su casa, fuerza a esos desdichados (que nos representan a usted y a mí) a tomar lugar en el festín de su gracia (Lucas 14:21-23).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"