El asunto de Siclag dejó a David humillado, consciente de su debilidad, pero también lo restableció en felices relaciones con Jehová. De esa manera fue preparado para su reinado, sobre el cual se abre el segundo libro de Samuel.
El hombre que le anuncia la muerte de Saúl es a sus propios ojos “como portador de buenas nuevas” (cap. 4:10, V. M.) Para David, ¿no significa eso la muerte de su enemigo y de la posibilidad de ascender al trono? Pero este hombre no conoce a la persona a quien se dirige. En el corazón del “amado” de Dios brillan la gracia, el desinterés, el amor por su pueblo y el respeto al orden divino. ¿Cómo podría regocijarse mientras que Israel era vencido y su príncipe deshonrado delante de los enemigos de Jehová?
“¿De dónde eres tú?” (v. 13). El hombre confirma que también forma parte de los enemigos de Israel, y de los peores: ¡es amalecita! Al tratar de engañar a David con su mentiroso relato, no hace más que engañarse a sí mismo (véase Proverbios 11:17-18, V. M.) Quería que el nuevo rey obtuviera la corona de su mano. En esto se parece al gran enemigo, quien buscaba hacer que Jesús aceptara de su mano –pero igualmente sin éxito–
Todos los reinos del mundo y la gloria de ellos
(Mateo 4:8-10).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"