La generosidad de David en el capítulo 24 pareció tocar por fin el corazón de Saúl. Sin embargo, no se trataba de un verdadero arrepentimiento. La cobarde denuncia de los zifeos, quienes buscan ser bien mirados, pone al rey malo en campaña contra aquel que, un día, deberá tomar su lugar. El Salmo 54, escrito en esa oportunidad, nos permite medir lo doloroso que fue para David ese hecho infame de los hombres de Zif. Implora el socorro de Dios contra los hombres violentos que buscan su vida:
No han puesto a Dios delante de sí
(Salmo 54:3);
pero él le invoca, y en respuesta a su oración, Dios lo protege y le brinda una nueva ocasión de mostrar la pureza de sus intenciones para con Saúl. Una expedición nocturna pone en manos de David la lanza con la cual, en dos oportunidades, el rey criminal quiso traspasarlo. Una palabra bastaría para que David fuera liberado de su perseguidor: Abisai la espera. Pero, una vez más, la misericordia detiene su brazo (v. 9).
¿No es así como obró nuestro perfecto Modelo? (véase también Lucas 9:54-55). Ponía en práctica lo que había enseñado anteriormente a sus discípulos: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen… Sed, pues, misericordiosos… no juzguéis… no condenéis” (Lucas 6:27, 36-37). ¡Es de desear que demos más cumplimiento a estas palabras del Señor Jesús!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"