Todo lo que el granizo había dejado es destrozado ahora por las langostas. ¡Una plaga terrible! “He pecado”, repite Faraón con evidente mala fe, con la única finalidad de que le sean quitadas las langostas. De Dios no podemos burlarnos. Faraón ha dejado pasar el momento del perdón (Jeremías 46:17) y Jehová endurece de nuevo el corazón del rey. Luego vienen las tinieblas, ¡tres días enteros de espesas tinieblas! Era un signo particularmente notable para los egipcios. El sol, fuente de luz, de calor, de vida, al que adoraban como un dios (Ra), se muestra sin poder ante el Creador del universo. Pero en las moradas de todos los hijos de Israel hay luz.
Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas”, declara el Señor Jesús.
(Juan 12:46)
Y también:
Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
(Juan 8:12)
En medio de un mundo sumido en las tinieblas del pecado, el creyente puede disfrutar la presencia de la luz: Cristo, quien hace “morada con él” (Juan 14:23). De donde resulta que para él todo esté claro: el estado del mundo, su futuro, el estado de su propio corazón. Sabe dónde posar los pies. Lo que hace puede ser visto por todos (Lucas 11:36).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"