En Israel, la corrupción alcanzó hasta a los nazareos, es decir, a los que (como los cristianos hoy en día) deben distinguirse por la pureza de su conducta y por su entera separación para Dios. Están en el colmo de la decadencia. “No los conocen por las calles” (v. 8). ¡Nada hace que se los distinga de los demás desgraciados habitantes de Jerusalén!
Preguntémonos en qué medida nuestro comportamiento en medio del mundo nos da a conocer como seres verdaderamente puestos aparte para el Señor.
Y en cuanto a los que estaban encargados de velar sobre el pueblo –a saber, sus profetas y sus sacerdotes– habían derramado la sangre de los justos (v. 13). Jeremías lo sabía bien (Jeremías 26:8).
“Se acercó nuestro fin… llegó nuestro fin” dicen los afligidos del pueblo (v. 18) después de haber esperado “en vano” un socorro y haber comprobado que nadie podía salvarlos (v. 17). Entonces, es el momento en que Dios declara: “Se ha cumplido tu castigo” (v. 22; comp. Isaías 40:1-2). Le tocará a Edom el turno de soportar el castigo. Siempre ocurre así. Cuando es evidente que nada puede ayudarnos y que hemos llegado al cabo de nuestras propias fuerzas, ha llegado el momento para que Dios intervenga soberanamente y nos libere.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"