Si los egipcios no escuchan las dos primeras señales –había dicho Jehová a Moisés–, entonces habría una tercera muy solemne: la del agua convertida en sangre. El agua nos habla de lo que refresca y da la vida, mientras que la sangre derramada es la muerte. La Palabra ha sido dada al hombre para hacerlo vivir. Pero, si él no la recibe, si no la cree, la misma Palabra llegará a ser para él juicio y muerte (leer Juan 12:48). Hoy día ella proclama la gracia, pero también el juicio para aquellos que no la reciben. Cada uno tendrá que habérselas con ella de una u otra manera, ¡ahora para vida o más tarde para muerte!
Lo que Jehová ha dicho se cumple para los egipcios. El Nilo, arteria vital de su país, del cual habían hecho un dios, se convierte en un objeto de asco y aversión. La sangre llena el río, los arroyos, los estanques y hasta las vasijas. Todas las fuentes en las que el mundo bebe son pestilentes y mortales (v. 18). ¡Cuidémonos de beber de ellas! Esta vez todavía los hechiceros hicieron lo mismo por medio de sus encantamientos. Por el poder de Satanás imitan lo que produce la muerte, teniendo como único resultado el aumento de la miseria de su pueblo. Habrían manifestado más su poder cambiando la sangre en agua. Pero de eso eran incapaces.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"