Para nuestra instrucción Agur observó o reagrupó cosas peligrosas u odiosas y otras, al contrario, sabias o bellas. La codicia de los ojos y la de la carne reclaman ser satisfechas: “¡Dame! ¡dame!”. Tienen la misma madre insaciable: la sanguijuela, es decir, esa sed de goces que afecta a cada hombre hasta consumir su vida (v. 15-16). A esas codicias se agrega la soberbia (1 Juan 2:16). Se manifiesta de muchas maneras, pero el versículo 17 –al que los jóvenes deben considerar muy seriamente– pone especialmente el acento en el desprecio por la autoridad y el espíritu de independencia. Paralelamente con estos principios del mundo, los versículos 18 y 19 evocan los misteriosos caminos de Dios tanto en juicio como en amor. Los versículos 21 a 23 enumeran cuatro cosas detestables porque trastornan el orden establecido por Dios. Luego nos enteramos de que la sabiduría va a la par con el sentimiento de la propia debilidad, con la prudencia, la confianza, la comunión y la pequeñez (v. 24-28); mientras que la hermosura está ligada al andar (v. 29-31). ¡Cuántas lecciones podemos aprender en la compañía de un hombre que se declara rudo pero cuya humildad lo coloca precisamente en el rango de los sabios según Dios! (1 Corintios 1:26-29; 2:12-13; 8:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"