Hasta aquí Dios habló por Salomón, el más sabio entre los sabios. Pero ahora, como para mostrar que su Libro no debe nada a la inteligencia humana, Él se sirve de Agur, un hombre que reconoce ser más rudo que ninguno.
Después de haberse presentado así (v. 2) y habiendo confesado su profunda ignorancia, Agur empieza por formular preguntas fundamentales: ¿Quién es el Creador? ¿Quién es su Hijo? ¿Cómo acceder al cielo? Para contestarlas, fue necesario que Dios se revelara, que bajara Él mismo de ese cielo al cual el hombre no podía subir y que comunicara sus gloriosos consejos en su limpia Palabra (v. 5; comp. las preguntas del v. 4 con Juan 3:13; Efesios 4:10; Marcos 4:41; Lucas 1:31-32).
Agur conoce su mente limitada, pero también sabe que su corazón es perverso y dirige a Dios una doble oración, pidiendo: 1) que la vanidad (la búsqueda de la propia estima, de la buena opinión de los hombres) y la palabra de mentira se alejen de él; 2) que permanezca dependiente porque mide los peligros tanto de la riqueza como de la pobreza. ¡Sabias peticiones en las cuales podemos inspirarnos!
Sin ilusión acerca de sí mismo, Agur también conoce los principios del mundo: rebeldía, propia justicia, altivez y opresión (v. 11-14). ¿Mejoró nuestra “generación” en relación con la suya?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"