Jehová permitió que el arca cayera en manos de los filisteos. Sin embargo, es necesario que ellos sepan que si Israel fue derrotado, no fue a causa de la superioridad del dios filisteo, sino porque él, Jehová, así lo decidió. Entonces Dios muestra a los enemigos de su pueblo que ellos tienen consigo “el arca de su poder” (Salmo 132:8). Dos veces su ídolo se derrumba ante el Dios de Israel. Luego, como sucedió en Egipto, las plagas hieren a los enemigos de Israel, y su poder queda demostrado mediante los juicios.
Observemos aún el egoísmo del corazón humano. Cada uno busca deshacerse de ese objeto tan peligroso, enviándolo a los demás.
Apartemos ahora nuestra mirada de esas tristes circunstancias y pongamos los ojos en Jesús, de quien el arca siempre es la hermosa imagen. En el capítulo 18 de Juan, procuran apoderarse de él. Al oír las palabras: “Yo soy”, los hombres retroceden y caen a tierra, como aquí la estatua de Dagón. Jesús se deja prender; le envían de Anas a Caifás, de Herodes a Pilato (lo mismo que el arca, de Asdod a Gat y de Gat a Ecrón). Pero los que disponen así de él, ultrajándolo y condenándolo, deben enterarse, por boca del mismo Señor, que verán
Al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo
(Mateo 26:64).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"