Como un rayo de luz después de las sombrías páginas del libro de los Jueces, Dios nos presenta la historia de Rut. Este hermoso relato nos enseña que la fe personal puede existir en todos los tiempos y en todos los pueblos, y que Dios siempre está pronto a hacer grandes cosas para responder a esa fe.
En el tiempo en que los jueces ejercían sus funciones, un hombre, Elimelec, hizo como cada uno de los israelitas “lo que bien le parecía”. Dejó la herencia del Señor y fue a establecerse con los suyos en los campos de Moab, es decir, en medio de los enemigos de su pueblo. No se gana nada con alejarse de Dios. ¿Qué resultó de aquella decisión para esa familia? ¡La muerte, las lágrimas, la miseria y la amargura!
Y ahora Noemi, viuda, y sus dos nueras, viudas también, se hallan camino de vuelta. ¿Triste regreso? Sí, pero feliz retorno para quien, habiendo agotado sus recursos, vuelve hacia Dios sus pensamientos y sus pasos. Así, el hijo pródigo, en el país lejano, al acordarse del lugar donde puede hallar pan en abundancia, se levanta y vuelve a la casa paterna (comp. el v. 6 con Lucas 15:17). Esto se llama conversión; lo sabe el lector. Pero, ¿ha hecho de ello su experiencia personal?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"