Una vez más Israel se entrega a la maldad, de nuevo Jehová lo disciplina por mano de los filisteos… ¿Llevó fruto la prueba? ¡Desgraciadamente no! Cuarenta años transcurren. En vano Dios espera… presta oído… ¡Esta vez ningún clamor sube hacia él! El pueblo se ha acostumbrado a su miserable estado de servidumbre. Sin embargo, aquí y allí algunos testigos son fieles y temen a Jehová. Entre ellos, Dios nos presenta a Manoa y a su mujer, un piadoso matrimonio de la tribu de Dan, que no tiene hijos. Un día, un celeste visitante se aparece a la mujer. Tiene un feliz mensaje para ella: será madre de aquel que comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos. Esta escena nos traslada al comienzo del evangelio de Lucas, en el cual el ángel Gabriel anuncia a María la gloriosa venida del Salvador.
Pero, tanto la madre como el hijo tienen que cumplir ciertos requisitos. Según Números 6, como nazareo el niño deberá ser apartado para Dios y abstenerse de ciertas alegrías que son habituales en los demás hombres (representadas aquí por el fruto de la vid). Es un carácter no siempre fácil ni agradable de poner en práctica en nuestras familias, pero… es el que Dios desea ver en las casas de los suyos (comp. Jeremías 35:6-10).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"