Para nosotros, los cristianos, aquellos que hacen el mal pueden ser objeto de envidia (v. 1) o de enojo (v. 19, V. M.; Salmo 37:1). Tales sentimientos solamente prueban nuestro mal estado espiritual. ¡Ver a pobres pecadores debería más bien suscitar en nosotros la compasión y el celo evangélico para advertirlos y librarlos de la muerte! (Ezequiel 3:18; Hechos 20:26). No invoquemos la ignorancia para disculparnos por no hacer nada. “El que pesa los corazones” (v. 12; comp. cap. 21:2) conoce nuestros verdaderos motivos: falta de amor, temor al oprobio o debilidad de nuestras propias convicciones.
Pero, ¿por qué tan a menudo los malos tienen una vida fácil mientras que a veces los fieles son penosamente probados? La llave de ese enigma nos es dada por un vocablo: el porvenir. “No habrá porvenir para el hombre malo” (v. 20, V. M.), su fin es la perdición hacia la cual es llevado sin resistencia (comp. Salmo 73:17). Tropieza para caer en el mal (v. 16). En cambio, hay “un porvenir” (v. 14, V. M.) para aquel que halló la Sabiduría, esa divina Sabiduría, quien es Cristo mismo (cap. 8:22). Y la esperanza del creyente no será reducida a la nada, porque el objeto de esa esperanza es incluso la misma persona: el Señor Jesús que viene.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"