Del mismo polvo Jehová hizo al rico y al pobre (cap. 29:13; Job 31:15). El alma de ellos tiene el mismo valor a sus ojos. La prosperidad –al igual que el poder que resulta de ella– es, pues, cosa efímera, sin común medida con las que tienen consecuencias eternas: “el buen nombre”, “la buena fama” (v. 1). La única riqueza que es de desear es la que Dios dará a los humildes y a los que le temen (v. 4; Mateo 5:5). Las diferencias de fortuna en la tierra solo deberían ser ocasión para que los más favorecidos ejercitaran sus ojos, su corazón y sus manos (reléase v. 9). Empezar por ver las necesidades que nos rodean, sentirnos conmovidos por ellas y finalmente corresponder a ellas según nuestro poder es obrar como nuestro querido Salvador. “Jesús vio… tuvo compasión… partió los panes y dio…” (Marcos 6:34-41).
Ciertos filósofos incrédulos sostuvieron que el niño nace inocente y que su ambiente lo corrompe. El versículo 15 afirma lo contrario (comp. Génesis 8:21; Salmo 51:5). Pero el muchacho que haya sido educado según la regla de la Palabra (v. 6), después de su conversión dará durante toda su vida los frutos de esa educación.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"