Ayer aprendimos que el medio de aplacar nuestra propia cólera es la paciencia y la oración. Ahora, he aquí un remedio para la ira de los demás: este soberano bálsamo se llama “la blanda respuesta”. La humilde y apacible respuesta de Gedeón a los hombres de Efraín en Jueces 8:1-3 pudo más que la irritación de ellos. Y no es la menor de las victorias de ese hombre de fe. Al contrario, “la palabra áspera” abre una herida que luego es muy difícil de curar.
Comparemos los versículos 5, 10 y 12 (así como los v. 31-32). Atender “a la reprensión” (v. 5, V. M.) o a la corrección permite que uno se haga prudente. Es tomarlas en cuenta para no volver a obrar mal. El capítulo 13:24 (y Hebreos 12:6 en relación con Dios) nos hizo notar que, contrariamente a las apariencias, los padres muestran su amor al disciplinar a sus hijos. El secreto para aceptar la reprensión, por consiguiente, está en comprender que es dictada por el verdadero amor y que tiene en vista «nuestro provecho». No seamos como el escarnecedor, quien no ama al que le reprende (v. 12).
“La oración de los rectos” es el gozo de Jehová, afirma el versículo 8. En efecto, la rectitud es la ausencia de voluntad propia, la plena sumisión al pensamiento de Dios, quien, entonces, podrá satisfacer tal oración (1 Juan 5:14-15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"