El gran José hubiera podido avergonzarse de esta familia de simples pastores venidos a mendigar trigo porque tenían hambre, de esos extranjeros sospechosos de ser espías y ladrones. ¡Eso sería no conocerlo! Ante todos los reconoce como sus hermanos. Y para Faraón es suficiente que sean hermanos de José para que la gloria del salvador de Egipto se proyecte sobre ellos. En eso también volvemos a encontrar a Jesús. No le da vergüenza llamarnos sus hermanos (Hebreos 2:11). Y a causa de Él, Dios nos recibe con favor, pues hemos sido hechos aceptos en el Amado (Efesios 1:6). José presenta su padre a Faraón. ¡Escena conmovedora y llena de belleza! Un pobre anciano encorvado sobre su báculo bendice al potente monarca. De los dos, según la apreciación divina, el hombre de Dios es más excelente (Hebreos 7:7).
Generalmente los que ocupan altos cargos se distancian de los demás; pero en José, su gloria no atenúa en nada su cariñosa solicitud hacia los suyos y sus familias. Los bienes que distribuye son medidos “según el número de los hijos” (v. 12). ¡Figura admirable de nuestra relación con Cristo y de todo lo que resulta de ella! Desde ahora poseemos la mejor parte (v. 11). Nuestra fe puede faltar, pero Su gracia fiel jamás faltará.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"