Llega el momento que José esperaba desde hacía mucho tiempo. ¡Qué paciencia necesitó! Si se hubiese hecho conocer demasiado pronto, sus hermanos lo habrían honrado por obligación, como el manojo de su sueño, pero el corazón de ellos hubiese permanecido frío y temeroso.
Los hermanos se enteran, pues, de que el gobernador de Egipto, a quien pertenece toda esa gloria, no es otro que aquel a quien ellos habían odiado y rechazado. No solamente está vivo, sino que todas las cosas le son sujetas (Hebreos 2:8). Sus acciones criminales han sido precisamente el medio por el cual los sueños se cumplieron. ¡Qué desconcierto puede llenar sus corazones al comprobar la noble gracia de la cual José da prueba! ¡No se ha vengado; no les hace ningún reproche; no desea más que la felicidad de ellos! Y su propio corazón, ¿no está lleno de gozo, un gozo semejante al del Pastor que encontró a la oveja perdida? Ahora los hermanos llevan un feliz mensaje, una buena nueva: deben ir hasta su padre y contarle la gloria de aquel que les perdonó. Esa es también nuestra misión, queridos rescatados del Señor: anunciar a los demás, empezando por nuestros parientes, lo que hemos encontrado en Jesús, y contar a Su Padre “toda su gloria”, en las reuniones de culto.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"