Para una persona que se haya convertido estando en su lecho de muerte, la epístola hubiese podido terminar con el versículo 11. La cuestión de sus pecados ha sido resuelta; por ello es apta para la gloria de Dios. Pero al que sigue viviendo sobre la tierra, en adelante se le plantea un problema doloroso: lleva en él su vieja naturaleza, “el pecado”, la cual solo es capaz de producir, como antes, frutos corrompidos. ¿Corre el peligro de perder, pues, su salvación? Lo que sigue, del capítulo 5:12 al capítulo 8, nos enseña cómo Dios proveyó: Él condenó no solo mis actos, sino aun la voluntad perversa que los hizo nacer, es decir, el “viejo hombre” (cap. 6:6), estrictamente conforme a Adán, su antepasado. Imaginemos que un impresor poco cuidadoso, al componer el cliché de un libro, haya dejado pasar errores graves que falseen completamente el pensamiento del autor. Estas faltas se reproducirán en todo el tiraje tantas veces como ejemplares se impriman. La encuadernación más bella no cambiará nada. Para tener un texto fiel, el escritor tendrá que mandar imprimir una nueva edición a partir de otro cliché. El primer Adán es como ese mal cliché, de manera que existen tantos pecadores como hombres. Pero Dios no ha buscado mejorar la raza adámica. Él ha suscitado un nuevo hombre, Cristo, y nos ha dado su vida.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"