Si Dios es poderoso para cumplir lo que prometió (v. 21), el hombre, por su parte, es totalmente impotente para cumplir con sus propias obligaciones. Por ello las promesas hechas a Abraham (y al cristiano) no implican ninguna condición. Basta creer. En apariencia, todo contradecía lo que Dios había asegurado a Abraham. Pero este “tampoco dudó… plenamente convencido…” (v. 20-21). ¿De dónde sacaba esta fe inconmovible? Del hecho de que conocía al que le había formulado la promesa y sabía que podía depositar toda su confianza en Él. La firma (como garantía de una promesa) de alguien a quien respetamos tiene más valor para nosotros que la de un desconocido. La fe cree en las promesas porque cree en Dios que las ha hecho (v. 17 y 3; comp. 2 Timoteo 1:12). Ella se aferra a las grandes verdades afirmadas por Su Palabra: la muerte del Señor Jesús para expiar nuestras faltas y su resurrección para justificarnos ante Dios (v. 25).
Querido amigo: habiendo llegado a este punto de su lectura, ¿puede decir con todos los creyentes: Poseo esta fe que da la salvación? ¿Puede usted afirmar: Jesús se entregó por mis pecados? ¿Y también: Dios lo resucitó para mi justificación?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"