Nuestra norma y nuestra esperanza
Dos principios muy importantes, que se presentan en Apocalipsis 3:3 y 11, son profundamente interesantes, pero claros, simples, fáciles de captar y llenos de poder cuando se los comprende bien. Dos cosas distintivas caracterizan al vencedor: la primera es la verdad que nos ha sido comunicada; la segunda, la esperanza que está puesta delante de nosotros.
Encontramos la ilustración de estas dos cosas en la historia de Israel y en la historia de la Asamblea de Dios: lo que él nos ha dado, y lo que nos ha propuesto. Estas dos cosas, querido lector, deben formar su carácter y el mío. No tenemos que ser influidos por el carácter de las cosas que nos rodean ni por la condición actual del pueblo de Dios, sino que hemos de serlo por lo que Dios nos ha dado y por lo que nos dará. Somos propensos a sentirnos desanimados y abatidos por el estado de las cosas que nos rodean y a abandonarlo todo a causa de la ruina, quedando así paralizados. Pero si usted toma estas dos cosas, o más bien si ellas se apoderan de usted, le volverán capaces de luchar contra la corriente y de ser un vencedor. Debemos recordar lo que hemos “recibido y oído”, y abrigar “la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
Sardis nos presenta el protestantismo. Hay que distinguir siempre entre una obra del Espíritu de Dios y el estado de las cosas resultante a causa de la intervención del hombre, de lo que él ha instaurado, de sus arreglos humanos, de la maquinaria terrenal, que copia la forma cuando el poder no existe más. La Reforma fue claramente una obra del Espíritu de Dios, una oleada de poder espiritual. El protestantismo es la forma sin poder que, a causa de la debilidad humana y de la astucia de Satanás, ha seguido a este período glorioso de visitación divina.
Un movimiento muy claro del Espíritu de Dios que tuvo lugar hace cincuenta años1 , hizo salir a numerosas personas de los recintos de la cristiandad. Pero ¿qué uso se hizo de ello? Después que pasó la energía, el frescor y el despertar del Espíritu, ¿qué ocurrió en muchos casos? Pues que la gente se deslizó en lo que podría llamarse una hermandad muerta; y no hay nada peor que eso, porque la corrupción de lo mejor es la peor de las corrupciones. ¿Cuál es nuestra salvaguardia moral? Simplemente retener lo que hemos recibido, y vivir con la esperanza bienaventurada de la venida de Cristo: realizar en nuestra propia alma el poder de lo que Dios nos ha dado y de lo que nos ha de dar.
Encontramos ejemplos de esto en los tiempos del Antiguo Testamento. Todos los grandes movimientos de reforma en Israel se caracterizaron por este mismo hecho. Así ocurrió en tiempo de Josafat (2 Crónicas 17:3-9; 19:4) y en tiempo de Ezequías (2 Crónicas 30). El Señor llama a su pueblo a volver a la posición original, a lo que habían recibido al principio. Ezequías se vuelve a Moisés como autoridad para mantener la posición divina en la celebración de la pascua. Muchos podrían haber dicho: «¡Oh, no hay remedio en nada de eso! ¡Se acabó la unidad nacional!». El mismo Salomón había dejado abominaciones tras de sí (1 Reyes 11:4-10). El diablo sugiere bajar el nivel a causa de la ruina; pero Ezequías no dio oídos a eso. Era un vencedor. Una ola de bendición llega, como no se había conocido desde los días de Salomón (2 Crónicas 30:26).
Lo mismo sucedió también en los días de Josías: un niño estaba en el trono; una mujer ejercía el oficio profético (2 Crónicas 34:22); Nabucodonosor estaba casi a las puertas. ¿Qué hizo Josías? Leyó el libro de la ley y, en vez de bajar el nivel a causa del estado de las cosas, actuó conforme a la Palabra de Dios (2 Crónicas 34:29-33); tal fue su medida y norma de acción, y celebró la pascua en el mes primero (cap. 35). El resultado fue que no se había celebrado “una pascua como esta en Israel desde los días de Samuel el profeta” (cap. 35:18).
Lo mismo ocurrió con Ezequías y Josías; y tenemos un ejemplo todavía más bello de esto en Esdras y Nehemías. En aquellos días tuvo lugar una fiesta que no se había observado desde los días de Josué hijo de Nun (Nehemías 8:13-17). La celebración de esa fiesta fue algo reservado para este pobre y pequeño remanente. Fueron vencedores; se habían vuelto a Dios y a lo que él les había dado al principio.
Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego también obtuvieron una victoria magnífica cuando se negaron a comer los manjares delicados del rey (Daniel 1:6-20). No quisieron ceder ni la anchura de un cabello. ¿No fueron vencedores? Podían haber dicho: «Dios, en su gobierno, nos envió a la cautividad; ¿por qué habríamos de negarnos a comer los manjares delicados del rey?» ¡Pero, no! Fueron hechos capaces de mantener en alto la norma Dios en medio de la ruina que los rodeaba.
Lo mismo ocurrió con Daniel. Permaneció en una inquebrantable fidelidad y obtuvo una maravillosa victoria. Cuando abrió sus ventanas para orar mirando hacia Jerusalén (Daniel 6:10), no lo hizo por alarde, sino por mantener la verdad de Dios (1 Reyes 8:38-40). Oraba hacia el centro escogido por Dios y fue llamado “siervo del Dios viviente” (Daniel 6:20). Si estos siervos de Dios se hubiesen rendido, habrían perdido sus victorias, y Dios habría sido deshonrado.
Todo esto pesa sobre nosotros de un modo muy particular, en medio del protestantismo. Hace de la Palabra de Dios algo de inefable valor para nosotros. No se trata de defender nuestra propia opinión ni de imponer nuestra autoridad, sino que somos llamados a mantener en alto la verdad de Dios y nada más; y si usted no guarda eso, no sabe dónde está. Podían haberle dicho a Josías, cuando destruyó los lugares altos que había edificado Salomón (2 Reyes 23:13): «¿Quién eres tú para oponerte a Salomón y a las instituciones establecidas por un hombre tan grande como él?». Pero no era cuestión de Josías contra Salomón, sino de Dios contra el error.
Veamos ahora nuestro segundo gran principio, a saber, que nuestro carácter debe ser también formado por lo que está ante nosotros: la venida del Señor. Pero, observemos aquí que la asamblea de Sardis, en vez de recibir el estímulo de la esperanza propia de la Iglesia, “la Estrella resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:16), recibe esta advertencia: “Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (cap. 3:3). Esta es la manera en que él vendrá sobre el mundo: como ladrón. Nosotros pertenecemos a la región de la luz; nuestra esperanza propia es la Estrella de la mañana, que solo es visto por aquellos que velan durante la noche. La razón por la que Sardis recibe una advertencia, en vez de ser estimulada por la esperanza de Su venida, es que se había hundido hasta el nivel del mundo: un cristianismo bajo, sin vida, sin savia; y la venida del Señor la sorprenderá como ladrón.
Esta es la amenaza que pende sobre el protestantismo y sobre usted, si se deja llevar por la corriente como un pez muerto. El Señor despierta los corazones de los suyos para que adquieran un sentido más profundo de estas cosas. Les hace ver que nada puede producir ningún efecto, excepto la franca realidad. Si no tenemos esta realidad, no tenemos nada. Una cosa es tener las doctrinas en la mente, y otra cosa completamente distinta es tener a Cristo en el corazón y a Cristo en la vida.
Él viene por mí, y yo debo velar por la Estrella resplandeciente de la mañana. Pues bien, que mi corazón se despierte y supere el estado de cosas alrededor. Si encuentro creyentes en esa condición, voy a tratar de que se despabilen de su sueño. Si queremos instruir a los santos, debemos conducirlos de vuelta hacia la verdad que hemos recibido, a lo que Dios nos dio al principio. Edifique sobre lo que Dios le dio y sobre la esperanza que está puesta delante de usted. Considero que es muy importante decirle a alguien: «¿Está usted preparado para abandonar todo lo que no pase la prueba de la Palabra de Dios?, ¿para tomar esa posición?». Retenga la norma de la verdad de Dios, y no se conforme con nada menos que eso, aun en el caso de que se quede solo. Si un regimiento es destrozado, pero queda un soldado que mantiene en alto la bandera, la dignidad del regimiento queda a salvo. No es un asunto de resultados, sino de ser fiel a Cristo, de estar realmente vivo en una escena que se caracteriza por tener “nombre de que vive, y está muerto” (Apocalipsis 3:1). Necesitamos algo más que una mera profesión. Incluso el partimiento del pan puede convertirse en una formalidad vacía. Necesitamos más poder y frescor, una devoción más viva a la Persona de Cristo. Somos llamados a vencer. El oído que oye se encuentra solamente en el vencedor. Que nuestros corazones sean estimulados para desearlo más y más.
- 1N. del T.: Ello se refiere a los años 1830, cuando un movimiento del Espíritu Santo hizo salir a varios creyentes de las diversas denominaciones existentes y formó grupos de cristianos alrededor de todo el mundo que se congregaron únicamente al Nombre del Señor Jesucristo como Centro divino de reunión, conforme a Mateo 18:20. Ellos procuraron volver a los principios y prácticas del Nuevo Testamento, y creían que “la iglesia del Dios viviente” (1 Timoteo 3:15), consiste en “un solo cuerpo” compuesto por todos aquellos que han nacido de nuevo, por creyentes en Cristo en quienes mora el Espíritu Santo, y se congregaron en diversos lugares simplemente como miembros de ese “un cuerpo” sin denominación alguna (Romanos 12:5; 1 Corintios 12:12-13; Efesios 4:4).