Estudios sobre el libro del profeta Joel

El Día de Jehová o la invasión del Asirio

El asirio profético, Gog, rey del norte

Ante las invasiones de langostas –tan desastrosas que los hombres se ven obligados a reconocer en ellas un juicio de Dios–, ante las circunstancias solemnes que las acompañan –como la interrupción de las funciones sacerdotales y las relaciones del pueblo con Dios–, y finalmente ante la terrible hambre, los hombres gritan: “Viene el día de Jehová, porque está cercano”. Pero todos esos acontecimientos, de los cuales Joel es testigo, abren una escena lejana delante de sus ojos visionarios. Ve en esos males un cuadro de cosas futuras, un símbolo de las calamidades que acompañarán el día de Jehová. ¿No debería ser así hoy, cuando asistimos a los trastornos de los cuales el mundo es teatro?

La profecía de Joel, tan diferente de la de Isaías y de la de Oseas (ya lo dijimos en la introducción), tiene cuidado de guardar absoluto silencio sobre los sucesos históricos. No estamos autorizados, pues, a introducirlos aquí, como en los demás estudios sobre los profetas. La plaga de la langosta, cualquiera sea el momento en el que haya tenido lugar, es el punto de partida; el ataque del asirio profético contra Judá y Jerusalén, en el capítulo 2, es su aplicación simbólica. El profeta Isaías transporta continuamente nuestras miradas de Senaquerib –el asirio histórico– al asirio del fin, y parte del carácter y la suerte del uno para predecir el carácter y la suerte del otro; el profeta Joel guarda absoluto silencio sobre el primero. Para él, la invasión asiria del fin al país de Judá es un rasgo característico del “día de Jehová, grande y muy terrible”. Los sucesos del capítulo 1 hacen pensar en él, pero no son más que un débil precursor del mismo.

El asirio desempeña, pues, un papel capital en los acontecimientos que precederán al establecimiento del reino milenario de Cristo, tal como está descrito al final de nuestro capítulo, versículos 23-27, y en el capítulo 3:18-21. Quizás sería más exacto hablar aquí de una confederación asiria cuyo jefe político, el Gog de Ezequiel (cap. 38 y 39), o el jefe militar, el rey del norte de Daniel (cap. 8 y 11:40-45), se llama en nuestro profeta “aquel enemigo que viene del norte… (el cual) ha hecho cosas grandes” (cap. 2:20, V. M.). Ese ejército simbólico de las langostas siempre tiene un rey (véase este capítulo y Apocalipsis 9:11), mientras que, consideradas desde el punto de vista no simbólico, como en el capítulo 1, se dice:

Las langostas… no tienen rey, y salen todas por cuadrillas
(Proverbios 30:27).

He aquí algunas observaciones suplementarias sobre el asirio, ese terrible enemigo de Israel en los últimos días. El rey del norte de Daniel y el Gog de Ezequiel no tienen nada en común con Babilonia, aunque el profeta Jeremías habla a menudo de los ejércitos del norte, del pueblo del norte, del país del norte a propósito de Nabucodonosor y de Babilonia, y también de los medos y de los persas que más tarde conquistaron Caldea. Gog, cuyo dominio se extendió gradualmente hacia el norte hasta los confines de Rusia y del Asia, es descendiente y sucesor del asirio histórico. La confederación asiria de la profecía comprende todos los territorios que están bajo la dominación de Gog. El rey del norte domina sobre el Asia Menor, la que primitivamente formaba parte del dominio de la Asiria histórica, mas se convirtió en un reino separado bajo el dominio de Seleuco –uno de los cuatro sucesores de Alejandro–, y luego bajo el reinado de los Antíocos. Sin ser idéntico a Gog, el rey del norte se identifica con él, actúa conjuntamente con él y desempeña un papel preponderante como jefe de sus ejércitos1 . El asirio de Isaías es el asirio histórico que reaparece en los últimos días, mucho después de que Babilonia –la cual ya había sido subyugada, aniquilada y absorbido su territorio– desapareciera para siempre. En efecto, Babilonia nunca será restablecida, salvo bajo forma simbólica, para caracterizar, en el Apocalipsis, la corrupción de la cristiandad apóstata, caída en la idolatría en los últimos días. De los cuatro imperios universales, solo el romano resucitará como tal y será motivo de asombro para el mundo entero. Bajo la dirección de Gog, jefe de Rusia, la confederación asiria será la gran antagonista del imperio romano occidental resucitado y de su aliado, el anticristo, falso Mesías y falso profeta, rey del pueblo judío apóstata. Es el asirio quien, en el conflicto del fin, invadirá Palestina y especialmente Judea y Jerusalén.

La confederación asiria de los últimos días tiene a Gog por jefe político (Ezequiel 32:22-30; 38:1-6). De él habló Jehová en tiempos pasados por sus siervos los profetas de Israel, los cuales profetizaron en aquellos tiempos que Jehová le había de traer sobre ellos (Ezequiel 38:17). Y los profetas de Israel anunciaban al asirio, lo que prueba que Gog y el asirio son el mismo personaje2 .

En este capítulo, el asirio y sus ejércitos son comparados con las langostas del capítulo 1. En una sola ocasión la Palabra nos presenta un enemigo meridional bajo esta imagen, y esto concuerda perfectamente con el origen de las langostas, las que casi invariablemente provienen del sur y del oriente. Es en Jueces 6:5: Madián, Amalec y los hijos del oriente vienen contra Israel “como langostas”. En todos los demás pasajes esta imagen se emplea para designar al enemigo del norte. Así ocurre en Jeremías 46:20, 23; 51:14, 27 y en el capítulo que estamos comentando. El hecho de que el ejército de las langostas venga desde el norte confirma, pues, el carácter simbólico de esta invasión.

  • 1Hay quienes ponen en duda el papel militar del rey del norte, pero su carácter histórico como rey del Asia Menor y general de ejército, y su carácter profético, que no se diferencia de ello en nada, nos parece que surge muy claramente del estudio del capítulo 11 de Daniel (v. 5-19, 40-45).
  • 2Véase también sobre el asirio: Isaías 5:26-30; 7:18-25; 10:12; 14:24; 18:2; Ezequiel 31:12; Miqueas 5:5; Nahum 3; y sobre el rey del norte: Daniel 8:21-24; 11:40-45; Joel 2:20.

Tocar trompeta

Examinemos ahora los detalles de este capítulo: “Tocad trompeta en Sion, y dad alarma en mi santo monte; tiemblen todos los moradores de la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano. Día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra, que sobre los montes se extiende como el alba. Vendrá un pueblo grande y fuerte; semejante a él no lo hubo jamás, ni después de él lo habrá en años de muchas generaciones” (v. 1-2).

El pensamiento de que el día de Jehová está próximo –pensamiento suscitado por la calamidad caída sobre Judá (cap. 1:15)– es el punto de partida de lo que va a seguir. Joel ve un ejército futuro, semejante a las nubes de langostas, imagen familiar en la profecía, como lo hemos visto. Este ejército es mucho más terrible que el de los insectos devastadores. De estos últimos –plaga de intensidad inaudita en ese entonces– se dice: “¿Ha acontecido esto en vuestros días, o en los días de vuestros padres?” (cap. 1:2); pero de los ejércitos del capítulo 2 se dice: “un pueblo semejante a él no lo hubo jamás, ni después de él lo habrá en años de muchas generaciones”.

Dar alarma

La alerta ha sido dada; ahora hace falta señalar su cercanía: “Tocad trompeta en Sion, y dad alarma en mi santo monte”. En dos ocasiones el toque de trompetas de plata era alarma en Israel: primeramente para levantar el campamento, luego para ir a la guerra contra el enemigo. En este último caso, el toque de alarma hacía que Jehová les recordara y les salvara de sus enemigos (Números 10:1-9). Es esta ocasión la que se nos recuerda aquí. El innumerable ejército de los asirios invade la tierra de Judá. ¿Cómo hacerle frente? ¿Un puñado de hombres puede ser de alguna utilidad ante ese poderoso adversario? No obstante, la trompeta toca alarma en Sion y sobre el santo monte: es preciso congregarse. ¿Para combatir? ¡Qué locura! ¿No sería eso combatir contra Dios? Este ejército –ni lo sospecha, el pobre pueblo ciego– ¡es el ejército de Jehová! “Y Jehová dará su orden delante de su ejército” (v. 11). ¡No queda, pues, ningún recurso! Ninguno, pues Jehová está con los enemigos. Con él tiene que verse el pueblo de Israel. Deben tocar alarma, no para combatir a un enemigo delante del cual necesariamente han de sucumbir, sino para ser recordados por Dios. ¿Ser recordados? ¿No es eso recordarle la culpabilidad del pueblo? No cabe duda, pero ¿quién sabe? No hay solo sed de venganza en el corazón del Juez. Quizás este abandone la vara de su juicio para interesarse por ellos. “En Jehová hay misericordia”. Tal es el verdadero significado de este pasaje y la solución a la cual el Espíritu de Dios quiere conducir a su pueblo culpable. Lamentablemente, el resultado querido está todavía lejos de producirse aquí, y veremos lo que falta aún para que la bendición pueda esparcirse sobre Judá y Jerusalén cuando consideremos en el versículo 15 el segundo uso de las trompetas.

El día de Jehová viene… está cercano

“Tiemblen todos los moradores de la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano” (v. 1). Aquí el día de Jehová viene. Ya no es, como en el capítulo 1, un anticipo de ese día: “Cercano está… vendrá”, sino que “porque viene… está cercano”. Es el principio de ese día terrible del cual se dice: “Día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra, que sobre los montes se extiende como el alba” (v. 2), no para arrojar luz sobre el mundo, sino, al contrario, tinieblas, como se dice en Amós 4:13 (V. M.). Pero estas tinieblas están lejos de equivaler a aquellas que nos serán descritas más tarde (cap. 2:30-31; 3:15); aquí solo tenemos los primeros fenómenos del día de Jehová. El enemigo, semejante a un ejército de langostas, como nube espesa oscurece la luz del día a punto de amanecer. Ezequiel 38:9 dice también, al hablar del asirio: “Subirás tú, y vendrás como tempestad; como nublado para cubrir la tierra serás tú y todas tus tropas, y muchos pueblos contigo”. Si bien una impresión anticipada del día de Jehová había sido dada por la plaga del capítulo 1, la llegada de ese día está ligada a la invasión futura del asirio.

La invasión futura del asirio

Dondequiera que haya pasado este ejército, el país –parecido al huerto del Edén, como la llanura del Jordán que contemplaba Lot– queda enteramente devastado: “Delante de él consumirá fuego, tras de él abrasará llama; como el huerto del Edén será la tierra delante de él, y detrás de él como desierto asolado; ni tampoco habrá quien de él escape”. Es una alusión a la segunda parte de las calamidades del capítulo 1 (v. 19-20). Luego viene la descripción de este ejército: “Su aspecto, como aspecto de caballos, y como gente de a caballo correrán. Como estruendo de carros saltarán sobre las cumbres de los montes; como sonido de llama de fuego que consume hojarascas, como pueblo fuerte dispuesto para la batalla” (v. 4-5). El profeta presenció la invasión de las langostas y adopta sus imágenes. Todos los testigos de estas invasiones las describen de la misma manera. Uno dijo: «Ese inmenso ejército en reposo hacía una clase de ruido particular al comer. Lo oíamos antes de alcanzar el cuerpo del ejército». Otro dijo: «Es difícil expresar el efecto que produjo en nosotros la vista de toda la atmósfera, llena por todos lados, y hasta una altura muy grande, de una cantidad innumerable de estos insectos, cuyo vuelo era lento y uniforme y cuyo ruido parecía el de la lluvia; el cielo se había oscurecido bajo su efecto, y la luz del sol estaba considerablemente debilitada…». Y todavía otro dice: «Reunidos en un cuerpo compacto y formando vastos batallones, siguiendo una dirección rectilínea, conservando sus filas como hombres de guerra, escalaron los árboles, los muros y las casas y destruyeron todos los vegetales que encontraron a su paso. Además, se introdujeron en todas las casas y los dormitorios cual ladrones».

Pero aquí la descripción del enemigo sobrepasa el fenómeno: “Como estruendo de carros saltarán sobre las cumbres de los montes… carros de guerra… como pueblo fuerte dispuesto para batalla… aun cayendo sobre la espada no se herirán… irán por la ciudad” (v. 5-9). Es “el ejército de Jehová”, “fuerte es el que ejecuta su orden”. En el versículo 1 viene el día, pues está cercano, en el momento en que la trompeta da la alarma; ahora: “Grande es el día de Jehová, y muy terrible; ¿quién podrá soportarlo?” (v. 11). También en el capítulo 3:14: “Cercano está el día de Jehová en el valle de la decisión” (o del juicio).

La suerte de Jerusalén

El pueblo de Jerusalén ¿presta atención al toque de alarma de la trompeta? Lamentablemente, en aquel tiempo futuro no lo oirá más que en los días de antaño. Todos los profetas nos instruyen sobre este punto. Jerusalén, confiada en su alianza con el imperio romano y el anticristo, se jactará de haber hecho “pacto con la muerte… convenio con el seol”. Dirá: “Cuando pase el turbión del azote, no llegará a nosotros” (Isaías 28:15). El enemigo la sorprende; la ciudad cae en su poder. Nótese que aquí se trata nada más que de la ciudad, Jerusalén, y de su muralla. Allí, en efecto, transcurre toda esta escena de Joel; en Sion se tiene que dar la alarma con la trompeta. El ejército escala la muralla, se esparce por la ciudad, sube a las casas, entra por las ventanas. Jerusalén contrasta aquí con las demás ciudades del territorio de Israel. En Ezequiel, ese mismo enemigo, Gog, dice: “Subiré contra una tierra indefensa, iré contra gentes tranquilas que habitan confiadamente; todas ellas habitan sin muros, y no tienen cerrojos ni puertas; para arrebatar despojos y para tomar botín… sobre el pueblo recogido de entre las naciones… que mora en la parte central de la tierra” (Ezequiel 38:11-22). Por otra parte, Zacarías 14:2 nos enseña que Jerusalén será sitiada y que la ciudad (esta palabra se repite tres veces; véase también Lucas 24:49) será tomada por este mismo enemigo. Finalmente, Isaías nos dice que la ciudad no será perdonada ante “el turbión del azote” (el asirio), pero que, cuando venga la liberación, ya no se apoyará más en adelante sobre “el secretario… y el que contaba las torres” (Isaías 28:14-21; 33:18, V. M.). Vemos, pues, que, en contraste con “las ciudades abiertas”, Jerusalén, la capital, centro de la resistencia contra el enemigo del norte, será fortificada. Pero el profeta va más lejos, y su lenguaje nos muestra claramente que el ejército de langostas no es más que una pálida imagen de la futura invasión del asirio. “Delante de él temblará la tierra, se estremecerán los cielos; el sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas retraerán su resplandor” (v. 10). Es que “Jehová dará su orden delante de su ejército; porque muy grande es su campamento; fuerte es el que ejecuta su orden; porque grande es el día de Jehová, y muy terrible; ¿quién podrá soportarlo?” Ya no es, como al principio del capítulo, el día que viene, sino que ahora ya está.

El arrepentimiento: único camino para la salvación

Nuevamente se formula la pregunta: ¿Qué hacer? El capítulo 17:30-31 de los Hechos nos da la respuesta: “Dios… manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”. El arrepentimiento en presencia del juicio es, pues, la única cosa necesaria para los hombres; y es lo que también encontramos en esta profecía. Todavía, dice, hay lugar para arrepentimiento: “Por eso, pues, ahora dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (v. 12-13). Llama al pueblo a eso, como está dicho:

Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará;
Oseas 6:1

o en Santiago 4:9-10: “Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”. “¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá y dejará bendición tras de él, esto es, ofrenda y libación para Jehová vuestro Dios?” (Joel 2:14). La ofrenda y la libación habían desaparecido de la casa de Jehová cuando sus juicios preliminares cayeron sobre el pueblo (cap. 1:9, 13). Quizás las vuelvan a encontrar ahora si se arrepienten. En efecto, tal será el caso al fin de los tiempos, cuando el remanente de Israel se vuelva a Jehová: “Al modo que los hijos de Israel traen la ofrenda en utensilios limpios a la casa de Jehová” (Isaías 66:20; véase también 18:7). Entonces la ofrenda y la libación serán el propio remanente fiel, ofrecido a Dios como Su pertenencia consagrada a Él. Pero ese arrepentimiento, para ser eficaz, tiene que ser de verdad y no exterior: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos” (v. 13; véase también Zacarías 12:10-14).

De modo que todas las partes de la profecía concuerdan para mostrarnos que la futura bendición de los judíos dependerá del regreso, con humillación verdadera, al Dios que ofendieron. El primer llamado de la trompeta –el de alarma– para traer al pueblo a la memoria de Dios cuando el asirio y su ejército –vara de Jehová– caían sobre Jerusalén, no se había oído (cap. 2:1). Este endurecimiento había tenido por resultado, como lo acabamos de ver, la toma de la ciudad por el rey del norte, al que Zacarías nos lo describe de manera tan asombrosa, y de quien se trata en este capítulo. Después de este desastre, ¿oirán los fieles el llamado que el Dios de gracia dirige a sus conciencias? Les dice: “Convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (v. 13). Toma aquí los títulos revelados a Moisés en Éxodo 34:6-7, pues es preciso no olvidar que el pueblo –es decir, los fieles del futuro remanente de Israel– estará todavía bajo el pacto de la ley. Pero el profeta añade aquí: “se duele del castigo” (v. 13). A la menor señal de arrepentimiento, Jehová da marcha atrás, se arrepiente, cambia de disposición en ese contrato legal en el que las dos partes están comprometidas. El nuevo pacto, esa alianza unilateral que depende únicamente de la gracia de Dios hacia su pueblo, solo tendrá lugar cuando el Espíritu de Dios haya producido un verdadero arrepentimiento en el corazón de Israel.

Reunir la congregación

Los versículos 15-17 son la respuesta a la invitación de los versículos 12-14. Bajo la presión del enemigo que ha invadido a Jerusalén, el urgente llamado para que se humillen es oído. Fue preciso nada menos que esta calamidad final para tocar por fin la conciencia de los elegidos. “Tocad trompeta en Sion, proclamad ayuno, convocad asamblea”. Aquí la trompeta no da la alarma, pues no se trata de hacer frente al enemigo que acosa al pueblo en su país, sino de reunir la congregación. “Para reunir la congregación tocaréis, mas no con sonido de alarma. Y los hijos de Aarón, los sacerdotes, tocarán las trompetas” (Números 10:7-8). Esta reunión no tiene todavía el carácter de la reunión milenaria, la “gran congregación”, de la que se dice: “En el día de vuestra alegría, y en vuestras solemnidades, y en los principios de vuestros meses, tocaréis las trompetas sobre vuestros holocaustos, y sobre los sacrificios de paz, y os serán por memoria delante de vuestro Dios” (Números 10:10), sino que precede a la reunión definitiva que no puede tener lugar sin ella. Es la reunión de algunos, del remanente fiel, en Jerusalén, con ayuno solemne, humillación y lágrimas.

¿No ocurre lo mismo para los fieles en el día actual? La humillación nacional no encuentra hoy más eco real, entre los habitantes azotados por desastres sin precedentes, del que encontraba en Judá, llamado a “proclamar ayuno” durante el azote de la plaga de langostas (cap. 1:14); pero el arrepentimiento se produce en algunos a quienes el Señor ha sellado y que “suspiran y gimen” en medio de un mundo rebelde. Se trata de un arrepentimiento real y no exterior, de un arrepentimiento en el que los fieles del pueblo rasgan sus corazones y no sus vestidos (v. 13). La ruina de la Iglesia, el juicio final sobre la cristiandad, la humillación de haber contribuido a este estado de cosas y deshonrado el nombre de Cristo, producen el arrepentimiento en el corazón de un pequeño número que, con este espíritu, representa a la Asamblea. El pobre remanente de Jerusalén y de Judá, humillado, formará el pueblo futuro y vendrá a ser el núcleo del Israel terrenal durante el milenio, tal como hoy día el remanente cristiano es el representante de la gran asamblea celestial. Sin embargo, la humillación de Jerusalén difiere todavía en más de un punto de la nuestra. Primeramente, ella es provocada no por el anuncio de juicios futuros, sino por el grande y muy terrible día de Jehová que esos fieles atravesarán al mismo tiempo que el pueblo apóstata, mientras que nuestra humillación tiene lugar antes de “la ira por venir”. Luego la escena transcurre con la conciencia de que la relación del pueblo con Dios está rota, mientras que para nosotros, si el pecado interrumpe nuestra comunión con Dios, jamás interrumpe nuestra relación con Él, basada en la obra cumplida por Cristo.

El precio de la restauración

¡Cuán solemne será esta escena futura! “Reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los niños y a los que maman, salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia” (v. 16). Todas las clases de habitantes son invitadas a arrepentirse; aun los niños que maman han de llevar el peso de la culpabilidad del pueblo; desde el mayor hasta el menor, nadie está exento de la reprobación. Los goces más íntimos de la familia se abandonan para acudir a la celebración del ayuno. Todas las autoridades civiles y religiosas tienen parte en él: “Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová”. Ni siquiera se atrevan a mantenerse delante del altar. ¿No rechazaron y luego crucificaron al Cordero de Dios, el único que podía reconciliarlos con Jehová? “Digan: Perdona, oh Jehová, a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad, para que las naciones se enseñoreen de ella. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?”. Se ve aquí que, a pesar de todo, y en un tiempo en que están todavía bajo la sentencia de Lo-ammi (no mi pueblo), persisten en decir: “Tu pueblo”. Es realmente la fe la que habla aquí, la que caracteriza al remanente fiel, el que, si bien duda absolutamente de sí mismo, nunca dudó de la fidelidad de Dios y sus promesas. Esas palabras: “¿Dónde está su Dios?” ¡cuántas veces resonarán en el oído del remanente de Judá, fugitivo entre las naciones, durante la persecución suscitada contra él por la bestia y el falso profeta, tal como se ve en el segundo libro de los Salmos! (Salmo 42:3, 10 y también 79:10; 115:2). Ahora alcanzan los oídos de esta parte del remanente que quedó en Jerusalén. ¡Ah, cómo penetran de manera punzante en el arrepentido corazón de los fieles! ¿No eran las mismas palabras que sus padres habían pronunciado contra el Mesías que moría por la nación?

Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios
(Mateo 27:43).

La humillación

¿Qué era el ayuno de antaño –cuando ocurrió la invasión de langostas– comparado con el ayuno presente? Un pasajero sentimiento de compunción, aun cuando estaba probado que Jerusalén, en aquel momento, había respondido al llamado: “Proclamad ayuno”, pues, como lo hemos visto, uno solo había dicho entonces: “A ti, Jehová, clamaré” (cap. 1:19). Ahora la humillación es real, el arrepentimiento completo. Es “el gran llanto en Jerusalén” del cual nos habla el profeta Zacarías (cap. 12:11-14). ¡Qué cosa bendita es la humillación! ¡Nos hace volver a encontrar la faz de Dios! ¡Y durante cuántos siglos Jehová había esperado, esperado en vano que ella se produjera en ese pueblo rebelde! ¿Este se había humillado a causa de su idolatría? ¿Se había humillado después de haber clavado en la cruz al Hijo de Dios, su Mesías? ¡Ah, qué rebelde es el corazón del hombre, el corazón de todos nosotros! ¡Cuán obstinado y orgulloso es, cuán dominado está por una voluntad que rehúsa someterse! Estas cosas, ilustradas por la historia de Israel ¿no son dichas para nuestra instrucción? Cuando nuestra conciencia, juez inexorable, nos dice que hemos pecado, ¿estamos dispuestos a reconocerlo? Antes bien ¿no estamos, como Adán, prontos para disculparnos, como si unas disculpas pudiesen blanquearnos? Disculpamos nuestra mundanería, disculpamos nuestra tibieza, nuestra cobardía, nuestra falta de actividad en pro de los intereses de Cristo, y lo último en que pensamos es en “proclamar ayuno”. Sucede más de una vez que, tal como David, conservamos en nuestro fuero interior alguna falta escondida y ahogamos la voz de nuestra conciencia cuando esta quiere hacerse oír, olvidando que Dios lo ha visto todo, hasta que finalmente amanezca el día de Jehová, grande y muy terrible, ese día en el que todo quedará desnudo y el culpable exclamará: “¡He pecado contra Jehová!”

Sí, la humillación es solemne y dolorosa. Es el bisturí aplicado a los miembros que no han sido mortificados y que, por consiguiente, conservan su aptitud para gritar cuando el instrumento alcanza la carne viva. Pero la humillación, ¡cuán preciosa es! “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba”, dice el salmista; “Bueno me es haber sido humillado” (Salmo 119:67, 71).

La bendición

La bendición no se hace esperar; ¡mirad cómo se muestra en seguida! De haberlo sabido, ¡ah, cómo habríamos estado prontos para encorvar nuestras frentes hasta el polvo, confesando nuestros pecados delante del Padre que es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad! ¡Qué conmovedora es la instantánea respuesta de Dios, después de siglos de endurecimiento de este pueblo que había rechazado a su Salvador y Rey! “Jehová, solícito por su tierra, perdonará a su pueblo. Responderá Jehová, y dirá a su pueblo: He aquí yo os envío pan, mosto y aceite, y seréis saciados de ellos; y nunca más os pondré en oprobio entre las naciones” (v. 18-19). “Perdona, oh Jehová, a tu pueblo”, había dicho el remanente (v. 17), invocando las relaciones de antaño entre Dios y él; invocándolas cuando todavía está bajo la sentencia de Lo-ammi y el día grande y terrible de Jehová ha caído sobre él. En el acto Dios responde a su pueblo. Se levanta la sentencia, queda abolida, anulada para siempre; las relaciones con Dios se restablecen, se vuelven a encontrar todas las bendiciones terrenales que dimanan de ellas, pues se trata aquí de un pueblo terrenal.

En el lugar en donde les fue dicho: Vosotros no sois pueblo mío, les será dicho: Sois hijos del Dios viviente
(Oseas 1:10).

El trigo, el mosto y el aceite, la ofrenda y la libación, destruidos anteriormente por los juicios preparatorios (cap. 1:9), vuelven a ser la porción del pueblo que se sacia de ellos. La casa de Jehová, la que desde hacía media semana de años se encontraba sin “sacrificios y sin ofrendas” se abre de nuevo (Daniel 9:27); el fiel puede acercarse a Dios en Su templo; ya no es puesto “en oprobio entre las naciones” que dicen: “¿Dónde está su Dios?” (v. 19, 17).

La suerte del asirio

Pero, ¿qué hará Jehová con ese asirio, vara de Su ira, quien invadió la tierra de Israel e incluso por primera vez se apoderó de la ciudad santa? “Haré alejar de vosotros al del norte, y lo echaré en tierra seca y desierta; su faz será hacia el mar oriental, y su fin al mar occidental; y exhalará su hedor, y subirá su pudrición, porque hizo grandes cosas” (v. 20).

Este acontecimiento, del que el juicio de Senaquerib –bajo el reinado de Ezequías– no es más que una débil imagen (2 Reyes 19:35; 2 Crónicas 32:21) es continuamente mencionado por los profetas que tratan acerca del juicio que caerá sobre el asirio futuro. Primero Isaías (cap. 10:24-27): “Por tanto el Señor, Jehová de los ejércitos, dice así: Pueblo mío, morador de Sion, no temas de Asiria. Con vara te herirá, y contra ti alzará su palo, a la manera de Egipto; mas de aquí a muy poco tiempo se acabará mi furor y mi enojo, para destrucción de ellos. Y levantará Jehová de los ejércitos azote contra él como la matanza de Madián en la peña de Oreb, y alzará su vara sobre el mar como hizo por la vía de Egipto. Acontecerá en aquel tiempo que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz, y el yugo se pudrirá a causa de la unción”. Y todavía Isaías 14:24-25: “Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado; que quebrantaré al asirio en mi tierra, y en mis montes lo hollaré; y su yugo será apartado de ellos, y su carga será quitada de su hombro”. Ezequiel, al hablar de Gog, el asirio, dice: “Vendrás de tu lugar, de las regiones del norte, tú y muchos pueblos contigo, todos ellos a caballo, gran multitud y poderoso ejército, y subirás contra mi pueblo Israel como nublado para cubrir la tierra; será al cabo de los días”. “Y en todos mis montes llamaré contra él la espada, dice Jehová el Señor; la espada de cada cual será contra su hermano. Y yo litigaré contra él con pestilencia y con sangre; y haré llover sobre él, sobre sus tropas y sobre los muchos pueblos que están con él, impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre” (Ezequiel 38:15-16, 21-22). Y el mismo profeta sigue: “He aquí yo estoy contra ti, oh Gog… y te quebrantaré, y te conduciré y te haré subir de las partes del norte, y te traeré sobre los montes de Israel; y sacaré tu arco de tu mano izquierda, y derribaré tus saetas de tu mano derecha. Sobre los montes de Israel caerás tú y todas tus tropas, y los pueblos que fueron contigo; a aves de rapiña de toda especie, y a las fieras del campo, te he dado por comida. Sobre la faz del campo caerás; porque yo he hablado, dice Jehová el Señor” (cap. 39:1-5).

He aquí viene, y se cumplirá, dice Jehová el Señor; este es el día del cual he hablado
cap. 39:8).

Y también Daniel dice: “El rey del norte se levantará contra él como una tempestad, con carros y gente de a caballo, y muchas naves; y entrará por las tierras, e inundará, y pasará. Entrará a la tierra gloriosa, y muchas provincias caerán; mas estas escaparán de su mano: Edom y Moab, y la mayoría de los hijos de Amón. Extenderá su mano contra las tierras, y no escapará el país de Egipto. Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas las cosas preciosas de Egipto; y los de Libia y de Etiopía le seguirán. Pero noticias del oriente y del norte lo atemorizarán, y saldrá con gran ira para destruir y matar a muchos. Y plantará las tiendas de su palacio entre los mares y el monte glorioso y santo; mas llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude” (Daniel 11:40-45). Citemos todavía, al terminar, Miqueas 5:6: “Nos librará del asirio, cuando viniere contra nuestra tierra y hollare nuestros confines”.

De modo, pues, que “aquel que viene del norte”1 , el asirio, después de haber saqueado a Jerusalén por primera vez y de haber pasado más allá para invadir a Egipto, volverá contra la ciudad y el país de belleza (Palestina) y será aniquilado por la inmediata intervención de Jehová: “Haré alejar de vosotros al del norte”. Entonces, y solo entonces, tendrá lugar la liberación final de Jerusalén, históricamente cumplida en parte por primera vez y como figura bajo el reinado de Ezequías, cuando el ángel de Jehová hirió a 185.000 hombres en el campamento de Senaquerib, rey de Asiria, quien asediaba a Jerusalén pero no la tomó. Ese enemigo será echado “en tierra seca y desierta (¿el desierto de Judá?); su faz será hacia el mar oriental (el mar Muerto), y su fin al mar occidental (el Mediterráneo). Los cadáveres de esa multitud cubrirán el suelo y “exhalará su hedor, y subirá su pudrición” (aquí, nueva alusión al ejército de langostas que, destruido, esparce su hedor por los aires). Una súbita y terrible destrucción viene sobre este último enemigo de Israel, “porque se ensalzó para hacer cosas grandes” (v. 20, versión francesa de Darby). Pero solo Jehová las hace: “Tierra, no temas; alégrate y gózate, porque Jehová hará grandes cosas” (v. 21). En efecto, la soberbia del hombre –que va antes del agobio–, su odio contra Dios y su pueblo que le hace urdir tropelías, el mal, el saqueo y la destrucción, todo eso se reduce a la nada cuando Dios se yergue para intervenir. ¡Dios hace cosas grandes! Si bien sus juicios son grandes, si “su día es grande y muy terrible”, si bien el asirio –mediante el cual castiga a Su pueblo– es “su gran ejército” (v. 25), su misericordia, su desinterés y sus liberaciones son todavía más grandes. La grandeza de su carácter divino consiste en hacer salir sus liberaciones del seno mismo de sus juicios. Así que, ante todo, es grande al conciliar caracteres absolutamente inconciliables para la mente del hombre: su justicia y su gracia, su santidad y su amor. Sí, Jehová hará grandes cosas por Israel, quien las reconocerá al alba del reinado del Mesías, pero, ¡alabado sea su nombre!, estas cosas ya están hechas para nosotros ¡sin que tengamos que atravesar el día de la tribulación, el gran día de Jehová, para conocerlas! En el Gólgota, lugar del juicio que cayó sobre nuestro Substituto, Dios, al dar a su propio Hijo, hizo que su odio por el pecado se besara con su amor por el pecador.

  • 1Lo repetimos: el “rey del norte” o “aquel que viene del norte”, nunca es Nabucodonosor, aunque Caldea y las regiones lindantes a menudo se llamen “el norte”.

Derrota del enemigo y establecimiento de una era de paz

“Animales del campo, no temáis; porque los pastos del desierto reverdecerán, porque los árboles llevarán su fruto, la higuera y la vid darán sus frutos” (v. 22). A continuación de la derrota del asirio, todas las plagas que habían afectado el país desaparecen. La tierra reverdece, los campos se cubren de cosechas, la viña y la higuera –esas felices imágenes de Israel– llevan su fruto. La ofrenda y la libación nuevamente podrán consagrarse a Jehová. Uno encuentra las promesas en Ezequiel 36:29-30: “Llamaré al trigo, y lo multiplicaré, y no os daré hambre. Multiplicaré asimismo el fruto de los árboles, y el fruto de los campos, para que nunca más recibáis oprobio de hambre entre las naciones”.

“Y os restituiré los años que comió la oruga (arbeh), el saltón (yélek), el revoltón (hasil) y la langosta (gazam), mi gran ejército que envié contra vosotros” (v. 25). Estas palabras nos vuelven a llevar al capítulo 1 y no aluden a los ejércitos del asirio. Se trata, en todo ese pasaje, de la bendición del país, puesto al abrigo de las calamidades mandadas como juicios en los días del endurecimiento del pueblo. La era de paz de la que disfrutará la creación bajo el reinado del Mesías no es un hecho sin importancia, y este pensamiento debería llenar nuestros corazones de gozo y esperanza.

También la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora
(Romanos 8:21-22).

“Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio” (v. 23). Se trata aquí de bendiciones puramente temporales: la lluvia temprana, la que sigue a las siembras efectuadas en otoño; la segunda lluvia, en la primavera, a continuación de la cual el grano sembrado en otoño promete una cosecha abundante. Pero cabe destacar que la bendición de las lluvias, por las cuales están aseguradas la cosecha y la vendimia, queda ligada a la presencia de Jehová, del Mesías, del Rey en medio de su pueblo. “Como el alba está dispuesta su salida; y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra” (Oseas 6:3). “En la alegría del rostro del rey está la vida, y su benevolencia es como nube de lluvia tardía”1  (Proverbios 16:15). Entonces Jehová reanudará y reconocerá públicamente sus relaciones con su pueblo, en otro tiempo declarado Lo-ammi; también entonces el pueblo mismo se gozará en el nombre de su Dios: “Alabaréis el nombre de Jehová vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y nunca jamás será mi pueblo avergonzado. Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy Jehová vuestro Dios, y no hay otro; mi pueblo nunca jamás será avergonzado” (v. 26-27). Toda la vergüenza anterior ha pasado (cap. 1:10-12); el Señor de gloria viene a ocupar su lugar en medio de su pueblo. Así se acaba esta división del libro.

  • 1Véase también, acerca de las lluvias: Zacarías 10:1; Deuteronomio 11:14; Jeremías 5:24; Salmo 84:6; 2 Samuel 23:4.