El Sol de justicia
En el capítulo 3 vimos el contraste entre el terrible día del juicio y el día en que Jehová hará (v. 2 y 17). Aquí, el profeta nos vuelve a traer al día de la venganza: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (v. 1). Los orgullosos y los malos, a quienes este pueblo, indiferente al mal, tomaba por bienaventurados (cap. 3:15), serán consumidos por la aparición del Señor y completamente arrancados, sin que subsista nada de ellos. “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada” (v. 2). Sí, para los que temen su nombre, para los que han reconocido su autoridad y doblado la rodilla ante él, se levantará el sol de justicia, este mismo sol cuyos fuegos ardientes consumirán para siempre a los rebeldes. En adelante reinará la justicia e iluminará con sus rayos al Israel de Dios.
¡Momento bendecido, lleno de frescor y de gozo; alba de un día nuevo, de una mañana sin nubes, cuya lluvia hará brotar la hierba de la tierra! (2 Samuel 23:4). Los que temen a Jehová prosperarán entonces como becerros para engordar. Una vida llena de crecimiento será su porción; formarán este nuevo rebaño de Israel, lleno de juventud, de salud y de fuerza, que será el pueblo del Señor en el día de su santa magnificencia. “Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos” (v. 3). Los fieles serán también, como lo vemos en Zacarías y otros pasajes, los ejecutores de la venganza de Jehová contra aquellos que les hayan oprimido. Todo ello se aplica naturalmente al remanente judío; pero no es menos cierto que los santos glorificados formarán el séquito del Hijo del hombre cuando él salga del cielo para ejecutar juicio (Apocalipsis 19:11-16).
“Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel” (v. 4). Al terminar, el profeta vuelve a dirigir los pensamientos del pueblo a la inmutable palabra que Dios había comunicado por medio de Moisés. ¿No es notable que todo el Antiguo Testamento termine recordando a Israel que la Palabra es su única salvaguardia? Es útil proclamarlo también en nuestros días; y con mayor razón ahora, cuando ya no se trata de la palabra de la ley, sino de la de la gracia, cuyo olvido hace a los hombres absolutamente inexcusables. En cuanto a nosotros, los cristianos, guardemos cuidadosamente esta Palabra; guardémosla por entero, tal como Dios nos la ha dado. Satanás la arranca del mundo jirón a jirón, y llegará el día en que sus manos ya no retendrán nada de ella; en cuanto a nosotros, guardemos lo que hemos oído desde el principio: esta fe dada una vez a los santos; edifiquémonos sobre ella; no dejemos que se nos arrebate ni una jota de ella; que ella sea nuestro guía según las palabras del apóstol: “Os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hechos 20:32). Meditemos mucho el Salmo 119, el cual nos presenta la Palabra como el refugio, el estímulo, el guía del fiel, como lo que le sostiene en medio de la creciente apostasía. Su Palabra es “la verdad” cuando todo lo demás es mentira. Ella nos hace conocer a Cristo, a su bendita persona, a su obra y todas sus consecuencias. El temor de Jehová se caracteriza, como lo hemos visto, por el apego a su Palabra. “Ellos han guardado tu Palabra”, le dice Jesús al Padre al hablarle de sus amados discípulos (Juan 17:6).
La venida de Elías
“He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible” (v. 5). Aquí no se trata de Juan el Bautista, como al comienzo del capítulo 3. Si el pueblo hubiese querido recibir lo que Jesús le decía, Juan habría sido el Elías que debía venir (Mateo 11:14; Marcos 9:11-13) y el Señor de gloria habría entrado en su reino; pero Juan el Bautista fue rechazado, al igual que su Señor, de quien era precursor. Desde entonces solo quedaba para el pueblo “el día de Jehová, grande y terrible”. Pero la gracia de Dios anuncia, por el profeta, el envío de un nuevo Elías que reunirá para Jehová un pueblo nuevo. Si se hubiese recibido a Juan el Bautista, el papel de este segundo Elías habría sido inútil; pero, como no fue recibido, a causa de la infidelidad del pueblo, Elías volverá para anunciar la venida del Señor en juicio: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era” (Mateo 3:12). En el Apocalipsis (cap. 11:4-6), uno de los dos testigos tiene el carácter de Elías, y el otro el de Moisés. No creo, por mi parte, en una venida personal del profeta Elías, llevado en tiempos pasados al cielo sin pasar por la muerte, sino que creo en su venida espiritual, es decir, que un hombre representará a este profeta, por el poder del Espíritu Santo. “Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (v. 6). El ministerio de este nuevo Elías tendrá por efecto el restablecimiento en Israel de las relaciones ordenadas por Dios, sobre una base que siempre tendrían que haber conservado. El amor debido a los hijos, la obediencia debida a los padres serán encontrados de nuevo y, de esta manera, la maldición será desviada del país de Israel.
Al terminar nuestro estudio, guardemos como algo precioso este pensamiento: el libro de Malaquías habla a nuestros corazones y a nuestras conciencias al invitarnos a temer al Señor, a pensar en él, a hablar de él el uno al otro, a guardar fielmente su Palabra.
¡De un momento a otro, nuestro Salvador, la Estrella resplandeciente de la mañana, puede aparecer para arrebatarnos hacia él a la gloria!