La nueva vida del creyente

Del nuevo nacimiento a la gloria

Glorificados

En su oración de Juan 17, el Señor Jesús destaca tres unidades:

En el versículo 11, habla primeramente de sus discípulos: “A los que me has dado, guárdalos en tu Nombre, para que sean uno, así como nosotros”. Luego ora “por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno… en nosotros” (v. 20-21). Por último, cuando habla de la gloria, ora “para que sean perfectos en unidad” (v. 23).

A los ojos de Dios y a los de la fe, su familia, es decir todos sus hijos, son uno en Cristo. Lamentablemente, a los ojos del mundo están dispersos. Pero la perspectiva que les regocija es la de ser “perfectos en unidad” en la gloria.

Veamos más de cerca las etapas que llevan al creyente hasta la perfecta unidad en la gloria:

La resurrección

La Palabra distingue entre la actual resurrección espiritual del alma (somos ahora resucitados con Cristo, como lo hemos visto en el capítulo 3), y la resurrección del cuerpo cuando vuelva el Señor para arrebatar consigo a sus rescatados.

En Corinto, algunos decían a propósito del cuerpo, “que no hay resurrección de muertos” (1 Corintios 15:12). Entonces el apóstol afirma: “Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación” (v. 13-14). Y, además, “somos los más desdichados de todos los hombres” (v. 19, V. M.). Pero Pablo concluye triunfalmente: “Empero es el caso que Cristo ha sido resucitado de entre los muertos, siendo él primicias de los que durmieron” (v. 20, V. M.). Y completa:

En Cristo todos serán vivificados:… Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin
(v. 22-24).

La resurrección es el fundamento mismo del Evangelio. Fue necesario todo el poder de Dios para resucitar a Cristo de entre los muertos. Este mismo poder se ejerce “para con nosotros los que creemos” (Efesios 1:19-20). “El evangelio… es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).

No se trata solamente de la eterna existencia del alma del creyente, sino también de la resurrección de los cuerpos: “Esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21). El Señor Jesús mismo ya había enseñado acerca de estas dos fases de la resurrección en Juan capítulo 5: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (v. 25). En esto caso se trata de la resurrección espiritual con Cristo. Pero el Señor agregó: “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (v. 28-29). Se trata de la resurrección del cuerpo. Esta hora no es “ahora”, sino que todavía está por venir.

En la fundamental revelación de 1 Tesalonicenses 4:15-18, está especificado: “El Señor mismo… descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Pensando en todos aquellos que han sido sepultados, de los cuales prácticamente nada queda; y más aun en aquellos creyentes muertos en el mar o quemados vivos en tiempos de persecución, nos preguntamos: ¿Cuánto tiempo se necesitará para que se produzca esta resurrección de los cuerpos? ¡“En un momento, en un abrir y cerrar de ojos”, todos aquellos que han muerto en Cristo, sea los santos del Antiguo Testamento, sea los creyentes del tiempo de la gracia, “serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”! (1 Corintios 15:52).

El tribunal de Cristo

El Señor Jesús había dicho muy claramente: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). Y Romanos 8:1 afirma: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”.

Sin embargo, 2 Corintios 5:10 anuncia: “Todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo; para que cada uno reciba otra vez las cosas hechas en el cuerpo, según lo que haya hecho, sea bueno o malo” (V. M.). Y Romanos 14:10 y 12 precisa: “Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo (o: de Dios)… De manera que cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios” (V. M.). En estos pasajes no se trata de juicio, sino de ser “manifestados”, es decir «puestos en luz»… sea bueno, sea malo. Podemos pensar que las faltas de la vida del creyente volverán a pasar ante sus ojos, a la plena luz de la presencia de Dios. No para ser condenado, sino para que sea consciente, más de lo que pudo serlo en la tierra, del valor de la sangre de Cristo, la que, por la gracia de Dios, borró todos sus pecados, todas sus faltas. Y si algo “bueno” es sacado a la luz, y de ello resulta una recompensa, una corona, esta luz divina pondrá en evidencia que todo lo bueno que se produjo lo fue por la acción del Espíritu Santo en el creyente.

En cuanto al servicio, “la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará…; la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciera la obra de alguno… recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:13-15).

•   Aquel que haya sido fiel para apacentar la grey de Dios, recibirá como recompensa, “la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:2-4);
•   Aquel que haya sido fiel en la lucha y la carrera recibirá una corona “incorruptible” (1 Corintios 9:25);
•   “Todos los que aman su venida”, es decir, que no temen el día en que todo será expuesto a la luz ante “el Señor, juez justo”, recibirán “la corona de justicia” (2 Timoteo 4:8);
•   Quien haya soportado la tentación y resistido la prueba, quien haya sido “fiel hasta la muerte”, recibirá “la corona de la vida” (Santiago 1:12; Apocalipsis 2:10).

¡Ciertamente conviene vivir desde ahora, al menos en cierta medida, anticipando la luz de ese día en el cual todo será manifestado!

Las bodas del Cordero

En relación con las bodas del Cordero, Apocalipsis 19:1-9 contiene los cuatro únicos aleluyas (o sea, «load a Jehová») del Nuevo Testamento.

Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero (v. 7).

Aquel que tanto sufrió va a recibir a su esposa. Ella “se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos” (v. 8).

Al considerar a la Iglesia en este mundo, el apóstol decía: “Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Corintios 11:2). En la tierra, ella es llamada “desposada”, pero en la gloria es “su esposa” (Apocalipsis 19:7). El Cordero que se entregó a sí mismo por ella, puede gozarse.

A la esposa se le ha “concedido” que se vista de “lino fino, limpio y resplandeciente”. No se trata de las ropas blancas de las cuales se dice más de una vez que han sido lavadas en la sangre del Cordero, sino de un vestido de lino fino, el cual corresponde a las “acciones justas de los santos”. Podemos pensar que este vestido ha sido confeccionado en la tierra, hilo por hilo, acto por acto, producido por el Espíritu Santo (está escrito que el lino fino le ha sido “concedido”). Aparece vestida con él en el cielo, en la fiesta de bodas. En la tierra, la Iglesia anunció la muerte del Señor; tomó parte en la Cena del Señor, en la mesa del Señor. Pero en la fiesta de bodas, Aquel a quien contempla a su lado es “el Cordero… ya conocido de antemano antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1:19-20, NT interlineal griego-español).

La gloria

¿Qué es la gloria? Destaquemos que, cuando en Apocalipsis 2 y 3 se habla de “las cosas… que son”, la conclusión es “oír” (cap. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). Pero, desde el capítulo 4, en el cual Juan está en el cielo, se repite constantemente: “Vi”.

Esto nos permite decir que la gloria será “ver”. Más de un cántico así lo expresa:

Nuestros ojos verán en tu faz adorable,
De tu Padre, Señor, la inmensa caridad;
Nos dejarás sondear el misterio insondable
De tu gracia suprema en la eternidad.

La oración de Juan 17:24 será respondida: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria”, su gloria personal. En el reino, los rescatados compartirán su gloria oficial (2 Timoteo 2:12). Ese será el cumplimiento del “octavo día” de la fiesta de los tabernáculos (Levítico 23:36), en el cual “estarás verdaderamente alegre” (Deuteronomio 16:15).

El gozo de la esposa será perfecto, inefable. Pero este gozo será aun más grande para Aquel que puso “su vida en expiación por el pecado”; entonces “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:10-11).

¡Oh!, cuando Tu verás a los que has redimido,
Cual fruto ya en sazón, de tu muerte en la cruz,
Con infinito amor, del todo complacido,
Gozarás en tenerlos por siempre en tu luz.

Himnos y Cánticos, Nº 94