La unidad de las asambleas del Nuevo Testamento
Las enseñanzas de la primera epístola a los Corintios
La primera epístola a los Corintios es preeminentemente la epístola del orden o, bien podríamos decir, del procedimiento dentro de la Iglesia, como ya lo hemos señalado en el segundo fascículo de esta serie. Por tal razón recurrimos a esta epístola para hallar la instrucción concerniente a la correlación que debe existir entre las asambleas de creyentes.
En el capítulo 1, versículo 2, vemos que el principio de la unidad de las asambleas se presenta en el comienzo mismo de la epístola. Pablo se dirige a ellos de esta forma:
A la iglesia de Dios que está en Corinto… con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.
No piensa en la asamblea de Corinto como independiente de las asambleas de creyentes de otros lugares. Más bien piensa en ella como vinculada con “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Quiso decir, además, que esta importante epístola sobre las normas de conducta en la Iglesia era para los creyentes de todo el mundo y no solamente para los de Corinto.
En el capítulo 4, versículo 17, el apóstol dice que les había enviado a Timoteo, el cual les recordaría su proceder en Cristo, de la misma manera que él, Pablo, había enseñado “en todas partes y en todas las iglesias”. Había uniformidad en el proceder y en las enseñanzas del apóstol; él se portaba de la misma manera y enseñaba las mismas cosas en todas las asambleas. Así establecía para los creyentes un ejemplo de la unidad en la enseñanza y en la práctica que debía hallarse en todas las asambleas.
En el capítulo 7, donde trata sobre el matrimonio, el apóstol dice en el versículo 17: “Pero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así haga; esto ordeno en todas las iglesias”. Tenía que haber en las asambleas una sola enseñanza y una sola práctica en cuanto a las relaciones matrimoniales.
Luego, en el capítulo 11:3-16, donde el tema es el deber que tiene la mujer de cubrir su cabeza cuando ora o profetiza, Pablo dice en el versículo 16: “Si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”. Había una sola práctica y un solo orden entre todas las asambleas en cuanto a que la mujer se cubriese la cabeza.
En el capítulo 14:33, el apóstol escribe: “Pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos…”. En todas las asambleas se ordenó que se hiciera “todo decentemente y con orden” (v. 40), y en paz.
Se puede notar otro ejemplo de la unidad en el capítulo 16:1-2: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado”. Incluso en este asunto común de la ofrenda debía haber una práctica unificada entre las asambleas de Galacia y todas las demás. Se les indicó que pusieran para el primer día de la semana algo aparte según hubiesen prosperado.
En el capítulo 16:19 leemos: “Las iglesias de Asia os saludan”. Aquí nuevamente se reitera el aspecto colectivo.
Las enseñanzas de la segunda epístola a los Corintios
Si pasamos a la segunda epístola a los Corintios hallamos que ésta se dirige
A la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya (cap. 1:1).
Aquí Pablo les vincula con todos los santos de la provincia de Acaya, a la cual perteneció Corinto. Pensó en los santos, no como integrantes de asambleas independientes, sino como una unidad en toda Acaya.
En 2 Corintios 11:28 tenemos otra indicación de unidad. Al hablar de su senda de sufrimientos, Pablo dice: “Además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias”. En el corazón de este querido siervo de Dios todas las asambleas eran una y le preocupaban todas.
¿No enseñan concluyentemente estos pasajes que el apóstol inspirado enseñó y puso en práctica el principio de la unidad de las asambleas? Indudablemente alguien tendría que ser ciego para no ver esto en los versículos de las dos epístolas citados anteriormente.
Como alguien bien ha dicho, en estas dos epístolas tenemos tres esferas: «En primer lugar la asamblea local, la esfera primaria de toda comunión práctica, con sus responsabilidades de disciplina. En segundo lugar, las asambleas circunvecinas de la provincia. Éstas son las primeras afectadas cuando ocurre cualquier desorden en la asamblea local. En tercer lugar, toda la Iglesia en todas partes, incluso el último confín hasta el cual tal desorden puede extender su influencia» (F. B. Hole). Hay ante todo una responsabilidad local y luego una responsabilidad colectiva respecto de asambleas de una provincia o país de cara a las asambleas de todas partes en cuanto a mantener un testimonio común y unificado acerca de Cristo.
Las iglesias de Galacia
Vemos también que la epístola a los Gálatas fue escrita no a una sola asamblea, sino “a las iglesias de Galacia”. Pablo pensó en todas ellas como un testimonio unido acerca de Cristo, a las cuales Satanás estaba procurando apartar de la esperanza del Evangelio.
Romanos 16
En los muchos saludos de este capítulo vemos estrechos lazos entre los obreros de Grecia y los santos de Roma. En el versículo 16 tenemos la expresión: “Os saludan todas las iglesias de Cristo”, lo cual revela el mismo aspecto colectivo de las asambleas como se ve en Corintios y en Gálatas.
El libro de los Hechos
En el capítulo 8 de los Hechos vemos cómo los creyentes de Samaria fueron vinculados en gozosa comunión con los creyentes de Jerusalén. Esto sucedió mediante la visita de Pedro y de Juan, quienes vinieron de Jerusalén y les impusieron las manos, mediante lo cual aquéllos recibieron el Espíritu Santo. En los tiempos de antaño, Jerusalén y Samaria habían sido rivales. Si los creyentes de estos dos lugares hubieran sido bendecidos separada e independientemente, la competencia habría continuado. Habría continuado tal vez con mayor intensidad que antes. Fue necesario, por lo tanto, que Samaria reconociera a Jerusalén. Así no hubo lugar para ningún tipo de independencia.
En el capítulo 9:31, después de la conversión de Saulo de Tarso, leemos:
Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo.
¿No muestra esto una unidad de asambleas en todas estas provincias? ¿Cómo podría ser de otra manera ya que andaban en el temor del Señor y en la fortaleza del Espíritu Santo?
Si pasamos al capítulo 15, encontramos un ejemplo vivo de cómo las asambleas del Nuevo Testamento obraban en unidad y qué era lo que hacían cuando esa unidad se veía amenazada. Algunos de los de Judea estaban insistiendo en que los creyentes gentiles tenían que circuncidarse y guardar la ley de Moisés. Después de que Pablo y Bernabé tuvieron mucha polémica con ellos, se dispuso que esos dos hermanos fuesen junto con algunos otros de Antioquía a Jerusalén. Fueron allí a los apóstoles y ancianos para tratar esa cuestión. Éstos, reunidos en conferencia, descubrieron la voluntad del Señor tanto para los creyentes judíos como para los creyentes gentiles. Se escribieron cartas que fueron enviadas a través de hombres escogidos de entre los apóstoles y ancianos en acuerdo con toda la iglesia de Jerusalén. Fueron enviadas a los hermanos gentiles de Antioquía, Siria y Cilicia. Cuando les fueron leídas las cartas a los creyentes de Antioquía, “se regocijaron por la consolación” (v. 31). Y así, gracias a la consulta y la acción conjuntas, se previno una división entre las asambleas. El resultado fue el gozo y la consolación por ambas partes.
Era impensable que Antioquía pudiese actuar de un modo, recibiendo a los gentiles según la libre gracia de Dios, y que Jerusalén actuase de otro modo, negándoles la entrada. No se vio ninguna independencia de tal clase. A través de toda la Escritura no se ve ningún vestigio de tal desorden e independencia. Por el contrario, encontramos abundancia de evidencias en hechos y en doctrina que demuestran que hay un solo Cuerpo en la tierra. La unidad de este Cuerpo es el fundamento de bendiciones y todo creyente tiene el deber de mantenerla.
Hoy en día no tenemos apóstoles, ni una “Jerusalén” como en Hechos 15. No obstante, existe un principio importante para nuestras acciones, un principio aplicable en todas las épocas. Este principio consiste en que las cuestiones que afectan a la Iglesia como totalidad deben ser consideradas de la misma forma que se presenta en Hechos 15, es decir, mediante una conferencia entre hermanos representativos de las asambleas. Éstos deben buscar la dirección del Señor en oración y mediante la consulta entre hermanos. Ni asambleas ni individuos tienen el derecho de actuar con independencia en asuntos que afectan a toda la Iglesia. Debemos ser diligentes “en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. Tenemos que usar “toda humildad y mansedumbre”, soportándonos “con paciencia los unos a los otros en amor” (Efesios 4:2). “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14).
Tenemos que recordar, no obstante, que la autoridad para actuar en el nombre del Señor según su Palabra le es dada a la asamblea local, reunida en (o hacia) Su nombre. Aunque es necesario que los hermanos de diferentes asambleas locales tengan reuniones para consultarse unos a otros, esto no les da autoridad para tomar decisiones que involucren a todos. Sin embargo, ellos pueden dar consejos y sugerencias útiles a la asamblea en cuestión, la que, al fin y al cabo, tiene que tomar su propia decisión. La autoridad para tomar decisiones proviene solamente de aquella asamblea local que está actuando en el nombre del Señor y de acuerdo con su Palabra. Creemos que lo expresado arriba es lo que debemos aprender de Hechos 15.
Conclusión
Así vemos que en los tiempos del Nuevo Testamento existía un vínculo práctico de comunión activa según la verdad entre las asambleas. Este vínculo era sostenido y fortalecido por el poder efectivo del Espíritu Santo. Había un círculo de reuniones de los hijos de Dios, los cuales estaban en comunión los unos con los otros. El círculo de reuniones incluía a todos los que pertenecían a la comunión de un solo Cuerpo, y excluía a todos los que no pertenecían a él. Este círculo de reuniones no sólo reconocía la verdad de un solo Cuerpo, sino que también disfrutaba de la sobreabundancia, de la fuente desbordante y positiva de amor y de afecto de un solo Espíritu. Ningún indicio de independencia se ve entre las asambleas del Nuevo Testamento, ni en la doctrina ni en la práctica. Tampoco existen indicios de una doctrina semejante a la que actualmente sostiene que cada asamblea responde por sí misma. La enseñanza que enfatiza la autonomía es, por lo tanto, una invención del hombre y tiene que ser rechazada por no provenir de Dios.