El creyente no puede perder su salvación

Una fe viva y no una simple profesión de fe

El primer versículo de la epístola a los Hebreos muestra claramente que ella fue dirigida a creyentes judíos. Dios había hablado a los padres por los profetas; cuando “ha hablado por (o en) el Hijo”, su pueblo lo rechazó y lo crucificó. Sin embargo, lo hicieron por ignorancia: “Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho” (Hechos 3:17). Entonces les es anunciado el Evangelio y les es predicado el arrepentimiento (v. 19). Pero si, después de escuchar, después de entrar en la profesión cristiana, ellos rechazan a Cristo y vuelven al judaísmo, Dios no tiene otro medio de salvación que ofrecerles.

Eso es lo que el apóstol Pedro dirá después de pronunciar las palabras que acabamos de citar (Hechos 4:12). El considerado pasaje de Hebreos 6:4-5 se aplica, pues, a judíos que han tenido por algún tiempo la apariencia de la profesión cristiana, pero sin tener realmente la vida de Dios. La “buena palabra de Dios” que escucharon, que gustaron, les iluminó; es el mismo caso que el de muchos profesantes (los que pretenden ser creyentes pero que no lo son) en la actualidad. Han llegado a ser “partícipes del Espíritu Santo”.

Observemos bien que aquí no es empleada la expresión de Efesios 1:13:

Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo.

No se trata del sello del Espíritu Santo, el cual Dios pone sobre sus hijos como una marca de propiedad; es cuestión de personas que se encontraron en la cristiandad pero que jamás han formado parte del único “cuerpo” de Cristo (Efesios 1:23; 4:4).

Nada en estos versículos, pues, permite decir que un hijo de Dios pueda perder su salvación y que es imposible que sea conducido nuevamente al arrepentimiento si ha caído. Un creyente que cae no pierde su salvación, sino que pierde el gozo de su comunión con el Señor. Son dos cosas muy diferentes (Levítico 21:21-23).