Juntos con Cristo para siempre
El verdadero alcance de Romanos 11 se pierde de vista cuando lo aplicamos a la salvación del alma. Otros pasajes de la Palabra (por ejemplo, la epístola a los Efesios) nos enseñan que los redimidos por Cristo son vivificados y resucitados juntos con El, que están sentados juntos con El en los lugares celestiales, que la Iglesia es un solo cuerpo con Él. ¿Cómo, pues, podría ser rechazado lo que es uno con Cristo en el cielo? En Romanos 11 se trata de la tierra y no del cielo. La imagen escogida por el apóstol –un árbol– lo muestra bien. Este olivo no representa a la Iglesia, sino a la nación judía, y el otro olivo, el silvestre, a las naciones. Escribe el apóstol: “Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles” (v. 13). El Evangelio fue anunciado a las naciones, pero si ellas no perseveran en el temor de Dios, serán cortadas (v. 22), de la misma manera que lo han sido las ramas del buen olivo, es decir, Israel. ¿Podría haber en el cuerpo de Cristo miembros a los que se les arrancara de él para hacer lugar a otros? ¿Hay en ese cuerpo alguna diferencia entre judíos y gentiles? ¿No dice el apóstol Pedro a los judíos, hablando de los creyentes de entre las naciones: “Ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos…”? (Hechos 15:9), y ¿no escribe el apóstol Pablo a los efesios: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno… para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo”? (Efesios 2:14-16).
No hay, pues, ninguna duda de que en el capítulo 11 de la epístola a los Romanos no se trata del Cuerpo de Cristo, sino de los judíos y de las naciones, responsables del testimonio de Dios en la tierra. Servirse de esta porción de las Escrituras para afirmar que el creyente que no anda fielmente puede perder su salvación estaría en contradicción con todo el resto de la enseñanza de la Palabra a ese respecto.