¡Gloria a tu nombre, Señor Jesús, serás honrado por todos y para siempre!
Los sufrimientos de Cristo tendrán un efecto de bendición para toda la tierra durante el período milenario. De ahí que toda la tierra tendrá, en ese momento, el corazón vuelto hacia el recuerdo de la cruz del Señor. Se puede pensar que durante esos mil años de justicia y de paz será mantenido el recuerdo de lo que el Señor hizo en la cruz, aunque con una declinación progresiva, como parece hacerlo notar la manera en que termina el reinado (Apocalipsis 20:8).
Todas las naciones, lo recordamos, estuvieron representadas en el rechazo de Cristo, todas las clases de hombres estuvieron allí para perpetrar su muerte. Es justo, pues, que la alabanza suba hacia el Señor también de parte de todas las clases de hombres y de parte de todas las naciones además de Israel. Por otra parte, comprendemos que este salmo, en el que los sufrimientos de Cristo son presentados en toda su intensidad y eficacia, dando paso a la efusión de la gracia soberana, nos presenta el alcance de esta gracia que, de una u otra forma, llega a todas las clases de hombres. El corazón de Dios no limita estas manifestaciones a los privilegiados de la clase mencionada en primer término, aunque haya privilegios respectivos ligados a cada una de las categorías; será preciso que toda la creación y todos los representantes de los hombres sepan y proclamen los efectos de la muerte de Cristo a su favor. No estamos aquí sobre el terreno celestial en el que cantan las personas extraídas de toda lengua y pueblo y nación (Apocalipsis 5:8-10), pero será también así en la tierra, aunque el cántico sea diferente. Destaquemos además que, en estas escenas, la distinción entre judíos y naciones será mantenida. Actualmente está abolida; el muro medianero está destruido, pero la diferencia será restablecida y las doce tribus estarán allí gozando de una bendición particular, distinta de la de todo el resto de los hombres. Así en los días de Salomón, la hija del Faraón, extranjera por su origen, debía habitar en una casa aparte (1 Reyes 7:8; 9:24).
Israel tendrá entonces la posición central que habría sido suya en la venida del Mesías si hubiera sido fiel, tal como está escrito en el Deuteronomio: “… el Altísimo… iba fijando los límites de los pueblos conforme al número de los hijos de Israel” (cap. 32:8). Asimismo en Ezequiel 5:5: “Así dice Jehová el Señor: ¡Esta es Jerusalén! En medio de los paganos la puse yo, y alrededor de ella están los demás países”. Y esta restauración de Israel será para las naciones una inmensa fuente de bendición, tal como está dicho en Romanos: “Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (cap. 11:5).
Los versículos 27 a 29 de nuestro salmo, pasan por alto el período preparatorio durante el cual el reino será restablecido con autoridad por medio de los juicios. Se trata aquí de una autoridad ejercida, pero asimismo reconocida para dicha de aquellos que se sometan a ella. “Los términos de la tierra se acordarán…”. ¿De qué se acordarán si no de lo que expresa la primera parte del salmo, es decir, de la obra inolvidable de la cruz? Entonces, conscientes de los derechos adquiridos por aquel que la cumplió, felices de tenerlo por Señor y de reconocerlo como el rey de gloria, los habitantes de la tierra milenaria se volverán hacia Jehová y le rendirán la alabanza que le es debida.
Los hombres de toda condición, así nos enseña el versículo 29, se sentirán dichosos de prosternarse ante el Señor. Los poderosos de la tierra, al igual que aquellos que estén en una situación desesperada, los grandes y los miserables, todos tendrán necesidad del Señor y serán impulsados a expresar su reconocimiento hacia él. Se regocijarán al recordar lo que él hizo por ellos.
Habrá una aplicación parcial de Filipenses 2: “… para que en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, tanto de lo celestial, como de lo terrenal…”, aunque aquí no se habla del estado espiritual de aquellos que se prosternan cuando doblan sus rodillas. El hecho solo está indicado en este pasaje en relación con la humillación insondable del Señor. Esta humillación merecía, por así decirlo, que todos sin excepción reconocieran la autoridad suprema de aquel que se había humillado de manera tan suprema. Es el acto de sumisión de todas las criaturas, las que, en distintas épocas, reconocen y reconocerán que él es el Señor para gloria de Dios Padre. Los cristianos también tienen su lugar en estos versículos, salvo que ellos no doblan sus rodillas tan solo ante una autoridad soberana, sino que lo hacen con adoración. Esta autoridad que todo el mundo deberá reconocer un día u otro, de buen grado o a la fuerza, fue dada a un hombre: el hombre Cristo Jesús. “El Señor” es un título que se aplica especialmente a Cristo hombre, tal como está dicho:
Dios ha hecho Señor y Cristo a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis
(Hechos 2:36).
Lo que pone de relieve esta adoración universal del Señor, es que ella habrá sido precedida por la adoración de la bestia. A los extravíos inauditos hacia los cuales el mundo se dirige actualmente, les sucederá este período de paz, de orden, de bendición y de alabanza. Ello nos induce a no ser perezosos en cuanto al estudio de la Palabra y en particular de las profecías; estas están vinculadas a la gloria del Señor, a su gloria actual y a su gloria venidera. En cuanto a la gloria actual, el Señor posee los derechos del reino, los que no pertenecen a otro, ni a otros; Él es digno de que recordemos eso. En nuestros días, en los cuales los poderes humanos se desarrollan de manera extraordinaria, adhirámonos firmemente a este pensamiento: Dios tiene su Rey y nosotros tenemos también ese Señor, nuestro Señor. Ello puede guardar nuestros corazones y preservarnos del deseo de ocuparnos en asuntos de política. La profecía es, si se nos permite usar esta palabra, la política de Dios y no conocemos otra fuera de ella.
Muchos pasajes de las profecías dan detalles acerca de la manera en que el Hijo del hombre será honrado por las naciones. De parte de algunos, la sumisión será puramente exterior, ya que el malvado será suprimido cada mañana (Salmo 101:8). Pero el Salmo 22 nos habla del hecho mismo, felizmente real según Dios, del fruto de la obra de Cristo a favor de la creación entera. El recuerdo de esta obra será perpetuo y, en Israel como en otras partes, se la contará a un pueblo que nacerá. A nadie le extraña que en el transcurso de un milenio las generaciones una tras otra se hayan nutrido de la historia de grandes hombres; sin embargo, ¡qué triste historia la de este mundo lleno de odio, de corrupción y de desorden! Entonces, ¿acaso nos extrañará que durante el milenio destinado para aquel fin Dios sepa mantener en medio de los pueblos el recuerdo de lo que su Hijo cumplió, más aun cuando Satanás no estará allí para extraviar el espíritu de los hombres? Antes bien es de extrañar que, durante sesenta siglos, se haya procurado llenar el espíritu de los hombres con su propia historia, cuando se sabe algo de lo que es esta historia. Mientras que aquí, durante diez siglos, Dios velará por que la historia de su Hijo sea un tema de meditación para Israel y para las naciones. En cuanto a la Iglesia, ella estará en otra parte y también se ocupará, de manera más superior, en lo que Él hizo. Ella estará ya en la eternidad; y se puede decir incluso que se encuentra allí desde ahora.
Al final del reinado, las circunstancias cambiarán, pero no es el tema de nuestro salmo, el que no hace más que desplegar los maravillosos resultados que la obra de Cristo tendrá para la tierra. Sin embargo, por otros pasajes sabemos que el estado dichoso de ese reinado declinará e incluso cesará. La bendición, consecuencia de los sufrimientos de Cristo, por más que su amplitud se extienda a todas las clases de los elegidos, es una bendición temporaria. En efecto, ella solo es para la tierra, salvo que los elegidos que en la tierra hayan gozado de la presencia del Señor serán transportados a los nuevos cielos y la nueva tierra.
El primero y el último efecto de los sufrimientos y de la muerte de Cristo es que Dios sea alabado por sus rescatados, reconocido y adorado en verdad y con veneración. Este es el fin de todas las consecuencias de la obra de Jesús. Esta alabanza es preciosa para Dios, porque solo pecadores librados por la obra del Señor Jesús pueden brindarla. Los ángeles no pueden cantar la alabanza de Su amor. Y Dios quería tener consigo, en su eterna felicidad, seres que pudieran responder al amor de Dios, quien los amó primero.
Por ello, eternamente los elegidos de todas las clases de la humanidad y de todas las economías no tendrán otra actividad más que la de adorar al Padre y al Hijo. No habrá allí ninguna monotonía, ninguna lasitud. Nos es difícil hacernos a esta idea, pues somos proclives a reemplazar por otras esa actividad que para nosotros debería ser la primera. Pero, muy amados, la realidad de las cosas que este precioso salmo nos ha permitido entrever juntos, es de una anchura, de una longitud, de una profundidad y una altura que, cuando seamos capaces de comprenderla con todos los santos (Efesios 3:18-19), será suficiente para llenar por siempre nuestros corazones de una plenitud de amor y de hacer brotar de ellos una inagotable fuente de adoración. ¡Dios quiera, desde ahora, ocupar cada vez más nuestras almas con esta realidad!