El quinto Libro de los Salmos considera proféticamente a los redimidos de Israel (Judá y las diez tribus) congregados en su tierra (v. 3), “al alba” (Salmo 108:2) del día milenario. Recuerdan en el Salmo 107 las aflicciones encontradas en el camino de regreso, sus clamores de angustia, las liberaciones de Jehová y, finalmente, la alabanza que le corresponde.
De un modo general, estos cuatro cuadros –versículos 4 a 9; 10 a 16; 17 a 22; 23 a 32– ilustran las distintas sendas de Dios para la salvación de una alma (v. 9). Esta, tal vez, haya errado mucho tiempo sin meta y sin descanso en el árido desierto de este mundo (v. 4-5; comp. Génesis 21:14 y sig.). Con el sentimiento de su necesidad, ella clamó a Dios, quien entonces la sació, la satisfizo y la condujo al divino descanso (v. 9, 7).
El alma pudo haber gemido bajo la esclavitud de Satanás, el opresor, aprisionada en las tinieblas y en los grilletes del pecado… (v. 2, 10). Pero Dios oyó sus gritos de auxilio. La “sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte, y rompió sus prisiones” (v. 14, 16). Pudo haber conocido la desesperación, y llegado, a causa de una enfermedad o de un accidente, a las puertas de la muerte, término de la senda del hombre (v. 17-18). Hasta que Dios le hubo enviado Su palabra y conferido la salud (v. 20)
¿Puede cada lector decir dónde y cómo el Señor halló y salvó su alma?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"