Perdón inmerecido de un Padre misericordioso

Salmos 103

Como David, invitemos a nuestra alma a bendecir a Dios y a discernir sus innumerables beneficios. Por desdicha, generalmente tenemos más ganas de acordarnos de lo que nos falta que de lo que hemos recibido. ¡Cuán ingratos e inconsecuentes somos! Por ejemplo: ¿no se nos ocurrió en el momento de la comida quejarnos de los alimentos… por los cuales acabamos de dar gracias al Señor?

Por encima de todos sus dones, nuestras almas tienen motivo para agradecer a Dios continuamente por el perdón de nuestros pecados (v. 3). Si nos hubiera pagado conforme a lo que estos merecían, un castigo eterno habría sido nuestra parte (v. 10). Pero ahora él alejó esos pecados hasta el infinito (v. 12), los echó “tras sus espaldas” (Isaías 38:17), los emblanqueció “como la nieve” (Isaías 1:18), los deshizo “como una nube” (Isaías 44:22), los echó “en lo profundo del mar” (Miqueas 7:19) y “nunca más” se acordará de ellos (Isaías 43:25; Hebreos 10:17).

Para “los que le temen”, la misericordia de Dios no tiene límite (v. 11, 13, 17; comp. Isaías 55:7-9). Temerle no significa, pues, tener miedo de su ira. Es la disposición de espíritu de los que han aprendido a conocer su compasión y su misericordia (v. 8; leer Salmo 130:4) y hallan siempre nuevos motivos para bendecirle.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"