Como el Salmo 73, este se divide en dos partes: la primera nos expone la amargura de espíritu del salmista Asaf; la segunda nos le muestra entendiendo el camino de Dios que está “en el santuario” (v. 13; comp. Salmo 73:17). Esta vez no es la prosperidad de los impíos la que lo atormenta, sino la añoranza de las bendiciones del pasado: “Consideraba los días desde el principio… ¿Ha cesado para siempre su misericordia?” (v. 5, 8).
Por desdicha, a menudo una prueba da pie para semejantes murmuraciones y para una vana evocación del pasado. Se juzga el amor del Señor en función de las circunstancias que Él permite para nosotros. Si deja de sernos propicio (v. 7), nos ponemos a dudar de Él. Sin embargo, tal razonamiento no cambia en nada la fidelidad de ese amor, aunque nos impide saborearlo con la consolación que Él nos había preparado: “Mi alma rehusaba consuelo” (v.2).
“Enfermedad mía es esta” (v. 10), dice aun Asaf, quien se mira a sí mismo y se compara con otros. Pero Dios le muestra la inutilidad de sus lamentaciones. Entonces sus pensamientos toman otra dirección. No es que haya dejado de mirar el camino recorrido. Pero ahora son las maravillas de Dios las que él considera y de las que se acuerda para celebrarle.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"