Comparemos el final del versículo 4 con la exhortación de Romanos 12:9:
Aborreced lo malo.
(Romanos 12:9).
No solo el hombre del mundo es indiferente al pecado (ya que juzgarlo sería condenarse a sí mismo) sino que se divierte con él y hace de él el tema favorito de su literatura y de sus espectáculos. Al mismo tiempo, esa insensibilidad respecto del mal lleva al hombre a vanagloriarse y a lisonjearse “en sus propios ojos” incluso en presencia de la más escandalosa iniquidad (v. 2; Deuteronomio 29:19). Como nos vemos obligados a vivir en semejante atmósfera, nuestra conciencia de creyentes corre el riesgo de embotarse a la larga. Pero siempre aborreceremos el pecado si recordamos la cruz y el terrible precio que tuvo que ser pagado en ella para que ese pecado fuese abolido. La bondad de Dios está en los cielos, fuera del alcance de los designios de los malos (v. 5, 7). Y, al mismo tiempo, se extiende como alas protectoras para amparar a los hijos de los hombres (véase Salmo 17:8). Desgraciadamente, a semejanza de los habitantes de Jerusalén en el tiempo del Señor, muchos hoy día no quieren saber nada del refugio que se les ofrece (véase Mateo 23:37).
El manantial de la vida y la luz divinas, asociadas en el versículo 9, nos recuerdan a Cristo, el Verbo, del que está escrito: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"