El arca es la primera en penetrar en las aguas y abre el paso para el pueblo. La entrada de Cristo en la muerte nos abrió un camino por el cual no habíamos “pasado antes”, un “camino nuevo y vivo” (v. 4; Hebreos 10:20). Antes de la cruz, nadie había salido definitivamente de la muerte después de haber entrado en ella. Pero Cristo sí lo hizo, de modo que ahora la atravesamos juntamente con él sin conocer su amargura. “Por el río pasaron a pie; allí en él nos alegramos” (Salmo 66:6). Vemos que el arca permaneció en el lecho del río hasta que toda la nación acabó de pasar (v. 17). ¡Qué garantía más maravillosa para la seguridad del pueblo! La muerte no nos puede alcanzar. Cristo estuvo allí en nuestro lugar. Pensemos en lo que ello significó para el Príncipe de la vida, tener que entregar él mismo su alma a la muerte. En el libro de Jonás se mencionan las terribles ondas que pasaron sobre él. “Las aguas me rodearon hasta el alma” (cap. 2:5; véase también el Salmo 42:7). ¡Qué Salvador tan amado! Él soportó el sufrimiento y la muerte; nosotros gozamos la liberación, la vida, la felicidad. Las aguas no pudieron apagar y el río no pudo sumergir el amor fuerte como la muerte que lo había conducido hasta esas aguas para arrancarnos de ellas (Cantar de los Cantares 8:6-7).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"