Dos grandes obstáculos impiden la entrada del pueblo en Canaán. En primer lugar el Jordán, que constituye la frontera. Luego, en la otra ribera, la imponente fortaleza de Jericó. Josué envía allá a dos espías. Su misión parece limitada a la visita a Rahab y a conocer no el poder del enemigo sino el poder de Dios que obra en el corazón de esa mujer. Rahab ha oído lo que Dios había hecho por su pueblo Israel. Creyó en él, y aquí se muestra activa, porque “la fe sin obras es muerta”. A esa miserable cananea, Santiago la toma como ejemplo de esta verdad, juntamente con Abraham (Santiago 2:25). A los ojos de los hombres la acción de esta mujer –una traición– es absolutamente reprensible. Pero eso mismo resalta mejor la diferencia que hay entre una obra de fe, agradable a Dios, y una «buena obra» alabada por los hombres. Lo que hace un creyente no siempre es comprendido y aprobado por el mundo.
La fe de Rahab le dio un sitio de honor en dos listas notables del Nuevo Testamento: la genealogía de Jesucristo (Mateo 1) y la enumeración de los fieles testigos de Hebreos 11 donde ella es la única mujer nombrada juntamente con Sara.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"