El mar Rojo cerraba el paso a Israel en la salida de Egipto, ahora el Jordán le cierra el acceso a Canaán. El paso a través de ese río nos enseña una nueva verdad de gran importancia: nuestra muerte con Cristo. Desde ahora al hijo de Dios se le invita a tomar posesión del cielo y a disfrutar del mismo por la fe. A eso corresponde la entrada en Canaán. Pero así como para entrar allí era necesario cruzar el Jordán, el río de la muerte, un cristiano no puede tomar posesión del cielo y probar actualmente sus goces sin haber comprendido que está muerto con Cristo. La cruz en la que mi Salvador entregó su vida golpea y condena mi natural voluntad corrompida, ese viejo hombre que continuamente quiere volver a tomar el control de mi vida; sin embargo, no tiene ningún derecho a entrar en el dominio celestial. ¡Cuántos tormentos me ocasiona! Mis esfuerzos para corregirlo resultan ineficaces. ¿Cómo neutralizarlo para que no pueda hacer daño? ¿Cómo hacerlo morir? ¡Reconociendo con gozo que eso se cumplió una vez para siempre en la cruz y que me basta aceptarlo tan sencillamente como el perdón de mis pecados! No solamente Cristo fue crucificado por mí, sino que yo también estoy juntamente crucificado con él (Gálatas 2:20). Estas son las maravillas que Dios ha hecho a nuestro favor (v. 5).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"