El libro de Josué nos hace entrar con Israel en el país de la promesa para tomar posesión del mismo. Un nuevo conductor reemplaza a Moisés: Josué, un hombre joven, a quien ya hemos visto combatiendo (Éxodo 17: 9-10), aprendiendo (Éxodo 33:11), sirviendo (Números 11:28), dando testimonio (Números 14:6 y sig.). Formado durante los largos años de travesía por el desierto, ahora es llamado a llevar grandes responsabilidades. En el momento de enfrentarse a ellas, Jehová vuelve a infundirle ánimo (v. 6-7, 9); también lo hacen sus hermanos (v. 18):
Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley (para nosotros la Palabra de Dios), sino que de día y de noche meditarás en él.
Tal será el secreto de su prosperidad espiritual… y de la nuestra (v. 8).
El libro de Josué ilustra las verdades desarrolladas en la epístola a los Efesios. Así como los hijos de Israel debían combatir para conquistar el país de Canaán, los cristianos tenemos combates espirituales que librar por la posesión de los lugares celestiales. Y se nos dice como a Josué: “Fortaleceos en el Señor… Estad, pues, firmes…” (Efesios 6:10, 14). Moisés representaba a Cristo conduciendo a los suyos fuera del mundo. Josué personifica al Espíritu de Jesús (el nombre de Jesús en griego es el equivalente a Josué en hebreo, y significa Jehová es salvación) introduciéndolos en el cielo con él.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"