“Que me responda el Todopoderoso” había exclamado Job (cap. 31:35, V. M.) en tanto que Elifaz le había dicho: “¿Habrá quien te responda?” (cap. 5:1). Cosa maravillosa, este Dios al que creía sordo e inaccesible accede a su deseo, pero no como Job lo hubiera pensado, pues, en lugar de responder a sus preguntas, Dios a su turno va a hacerle toda una serie de ellas. Vemos a menudo al Señor Jesús hacer lo mismo con sus interlocutores (por ejemplo: Lucas 10:25-26; 20:2-4; 21-24).
Mediante esas preguntas Dios hace medir a Job su pequeñez y su profunda ignorancia. Los hombres se vanaglorian de sus conocimientos. Y aun, cosa paradojal, cuanto menos saben, más pretensiones tienen. En particular, los jóvenes creen fácilmente que lo conocen todo, en tanto que, a menudo, los más grandes sabios son los más modestos.
«Cuando el hombre escucha, Dios habla…», dijo alguien. Y Dios es paciente; concedió a Job y a sus amigos todo el tiempo necesario para expresar sus falsas ideas; luego encargó a Eliú que las refutase. Por fin guardaron silencio. Dios puede hablar y evidentemente tendrá la última palabra. Sepamos también nosotros callar a veces, imponer silencio a nuestros agitados espíritus para que Dios pueda hacernos oír su voz.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"