Al rechazar las ofertas del rey de Sodoma, Abram no perdió nada. ¡Al contrario! Dios le aparece y le declara: “Yo soy tu escudo, y tu galardón” (v. 1; V.M.). No le dice qué quiere darle, sino qué quiere ser para él. Poseer al dador es más que poseer sus dones. La fe de Abram se adueña de la promesa que Dios le hace respecto a una descendencia celestial (v. 5). Da “gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Romanos 4:20, 21). Creer a Dios (y no solamente creer en Dios) es suficiente para ser declarado justo (v. 6). Este versículo capital es citado tres veces en el Nuevo Testamento (Romanos 4:3; Gálatas 3:6; Santiago 2:23).
Una vez que Dios se ha comprometido así, la alianza debe ser sellada con sacrificios (v. 9, 10). La muerte de Cristo es el único medio por el cual Dios puede cumplir lo que ha prometido. Aves de rapiña buscan apoderarse de algunos trozos de los animales, lo que es imagen de los esfuerzos de Satanás para arrebatarnos algún resultado de la muerte de Cristo. Pero nuestra fe, como la de Abram, debe estar activa para alejarlo.
El final del capítulo muestra que el hombre de Dios ha adquirido una visión mucho más extensa de la heredad prometida. Así ocurre siempre después que la fe ha sido puesta a prueba.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"