¡Qué pena! Después de las bellas pruebas de fe de Abram, encontramos un nuevo desfallecimiento en la vida del patriarca. Quiere, por así decirlo, ayudar a Dios a cumplir su promesa. En lugar de esperar con paciencia que le sea dado el hijo anunciado, escucha a Sarai su mujer. Y Agar, la sierva, probablemente traída de Egipto después de la primera falta de Abram, será la madre de Ismael.
Después de haber sido objeto de tristes querellas en la casa del hombre de Dios, Agar huye lejos de su dueña. Pero Dios tiene cuidado de la pobre sierva.
La encuentra en el camino que ella había tomado por su propia voluntad y se convierte para ella en el Dios que se revela (v. 13). En el Ángel de Jehová podemos reconocer al Señor Jesús mismo. Querido lector, ¿ha tenido usted este encuentro decisivo? ¿Dios se ha revelado a usted como viviente? Él se da a conocer en Cristo (Juan 8:19; 2 Corintios 4:6). Y junto a ese Salvador viviente encontramos en abundancia el agua viva de la gracia (Juan 4:14), de la cual nos habla el pozo del Viviente-que-me-ve.
Observemos lo que el ángel dice a Agar:
Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano.
(v. 9)
La humillación, la confesión de nuestros pecados, es lo primero que el Señor nos pide cuando se ha revelado a nuestra alma.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"