El tiempo de quedarse humildemente a la puerta del rey pasó para Mardoqueo. Asuero, poseedor del poder supremo, le confirió gloria, majestad, honor y poder. Es una figura de la elevación del Señor Jesucristo cuando, como lo dijo un poeta: «Le veremos surgir deslumbrante de gloria, Hijo del hombre nimbado con aureola de oro» (comp. Ester 8:15). Repasemos brevemente el curso de la vida de Mardoqueo y sus semejanzas con el camino de Jesús: cuidó de la joven de Israel, así como Cristo constantemente veló por su pueblo; fue fiel servidor del rey y, sin embargo, rehusó inclinarse ante el amalecita, así como Jesús no reconoció el menor derecho al Tentador. Pero Cristo, a causa de esa perfección y de su amor por su pueblo, tuvo que conocer en realidad el infame madero, cuya sombra solo pasó sobre Mardoqueo.
Después de los sufrimientos vienen las glorias. Sí, a través del versículo 15 del capítulo 8 y de los versículos 3-4 del capítulo 9 contemplamos con adoración el triunfo de Jesús, al que acompañará la destrucción o la sumisión de todos sus enemigos (véase Salmo 66:3-4).
Los diez hijos de Amán, de quienes el padre se sentía tan orgulloso (Ester 5:11) perecen a su turno. “No será nombrada para siempre la descendencia de los malignos” (Isaías 14:20).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"