Ahora el curso de las cosas está invertido. Solo Dios puede dar vuelta así una situación. Pero la muerte de Amán está lejos de haberlo arreglado todo. El rey, atado por su propio sello, no tiene el poder de anular simplemente su funesto decreto. Lo que hace –y es todavía Dios quien le inclina hacia esta sabiduría– es confiar a Ester y Mardoqueo el cuidado de deshacer la conspiración de Amán. Los enemigos no serán desarmados. En cambio, los judíos van a ser autorizados y hasta alentados a defenderse y a destruirlos. El creyente tiene enemigos que procuran oprimirle. Aunque su jefe, Satanás, fue vencido por la obra de Cristo en la cruz (lo mismo que Amán fue colgado en la horca que él había preparado), el poder de obrar contra los hijos de Dios todavía no les ha sido quitado. Pero ahora estos últimos reciben la posibilidad de combatirlos eficazmente.
Cada uno de nosotros conoce por demás a esos enemigos. Si los tratamos con miramientos, ellos no andarán con contemplaciones con nosotros. Usemos, pues, los medios de la fe para anular sus esfuerzos, inclusive reuniéndonos para la oración en común (véase v. 11). Fortalezcámonos en el Señor y en el poder de su fuerza (Efesios 6:10).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"