La acción se ha desarrollado a un ritmo rápido. Ahora llega el desenlace. Amán, designado por el dedo de la reina, se derrumba. Él es el adversario, el enemigo, el malvado, ¡tres nombres que lleva el diablo mismo en la Palabra de Dios! Y, sobre la marcha, a la orden del rey, se cuelga a Amán en el mismo madero que él había preparado para Mardoqueo (comp. Salmo 7:14-15). Esta escena evoca para nosotros un conjunto de hechos incomparablemente más grandes. Como Mardoqueo ante el favorito del rey, Cristo, entre los hijos de los hombres, fue el único que no se inclinó ante Satanás. Conocemos su respuesta en el momento de la tentación:
Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás
(Mateo 4:9-10).
De manera que, no pudiendo hacer ceder a ese hombre perfecto, el Enemigo no descansó hasta deshacerse de él. Con esta finalidad alzó a los hombres contra Jesús, incitándolos a preparar su cruz, como Amán preparaba la horca para Mardoqueo (aunque este último no fue colgado en ella). Pero, precisamente esa cruz en la que Satanás pensaba triunfar y acabar con Cristo significó su definitiva derrota (léase Colosenses 2:15; Hebreos 2:14). Todo el esfuerzo de su odio solo sirvió para su propia destrucción… y, al mismo tiempo, para nuestra salvación.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"